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Durmiendo sola en su habitación, una mujer extremadamente delgada, blanca como la leche y con una frondosa melena de cabello sobre su cabeza, se encuentra tendida sobre una cama.
Desde el exterior, alguien lleva varios minutos golpeando insistentemente la habitación, que se mantiene cerrada con llave.
—¡Hermana Amalia! –Grita una monja—. ¡Hermana Amalia, es hora de levantarse!
La hermana Amalia de seguro no está en condiciones de abrir la puerta. Dándose cuenta de la situación en que está, se apresura a dar una respuesta tranquilizadora.
—¡Monja catete! –Dice para sí—. ¡Hermana, cuán bendecida he sido recibiendo un nuevo día gracias al Señor. Me visto rápidamente para ir a levantar plegarias a la capilla a nuestro Dios Todopoderoso! –termina de recitar Amalia, casi desnuda.
—¡Bendita sea hermana, la esperamos ahí! –responde la mujer desde el otro lado, dejando de golpear ruidosamente la puerta.
—En qué estaba pensando cuando se me ocurrió venir a meterme a un convento. Bueno, Dios tendrá sus propósitos – dice irónica la mujer, caminando hacia el baño para darse una ducha rápida antes de ponerse los hábitos de religiosa.
Amalia. Tiene treinta y un años y, hasta ahora, según ella, nunca ha tenido muy desarrollado su lado espiritual.
"Estudié en un colegio de monjas, así que conozco muy bien lo que ellas quieren que les respondas. No es muy complicado, puedes utilizar las mismas frases siempre y pasas como una más del rebaño. Pero la verdad, es que quiero salir luego de aquí, total no creo que mi vida siga en peligro."
Una vez vestida con los hábitos, cubierta de pies a cabeza, Amalia sale de su habitación rumbo a la iglesia a rezar junto al resto de sus compañeras. A medida que camina, piensa en todo el tiempo que lleva metida en este lugar. Para ella, una eternidad, en tiempo real, un mes.
Al ingresar a la iglesia, ve que las monjas están arrodilladas rezando un Ave María, así que ella las imita, ubicándose al lado de una hermana que no la mira con buenos ojos.
—Dios te salve María, llena eres de gracia –reza la mujer, tratando de seguirle el paso al resto de las mujeres.
—Hermana Amalia, el padre Honorato está en el confesionario por si quiere ir. Creo que le haría bien a su alma confesar sus pecados –le dice la monja que está junto a ella.
—Gracias hermana, pero no creo necesitarlo, mi alma está de lo más bien –responde secamente la muchacha, entendiendo las intenciones de la monja.
Intentando seguir con su rezo, se da cuenta que en las bancas de al frente hay una mujer rubia, vestida con ropas muy elegantes que la mira de reojo. Al darse cuenta de quién se trata, el corazón le comienza a latir más fuerte de lo normal, mientras su piel se eriza de espanto.
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Ases y los cuatro diamantes
AventuraDiez años después de caer en una trampa que lo puso tras las rejas por un delito que no cometió, Benjamín, líder de una banda de ladronas de fama internacional conocidas como Ases, regresa para vengarse del italiano, un millonario responsable de sus...