Cap. 9 - Un hombre para la eternidad (6)

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6

Lucas se encuentra solo en la habitación que compartió con Cecilia, pues ella, su amante, está en el baño.

En completo silencio termina de vestirse, sintiendo que su celular está sonando en el bolsillo del pantalón. Lo toma, viendo que se trata de Amalia quien insiste una y otra vez en hablar con el joven. Corta la llamada, para terminar de abrocharse el cinturón, antes que Cecilia salga del baño completamente vestida.

—¿Comamos algo? –pregunta la chica.

—Sí, estaría bueno. Necesito reponer mis energías –responde Lucas coqueto, besando a Cecilia.

—Voy a ir a pedir algo a recepción.
—¿No puedes usar el teléfono?
—Está malo –responde la rubia—. Si este hostal no tiene ni media estrella. No es ninguna maravilla.

—¿Me acompañas?
—No creo que sea bueno –responde el joven—. Subí a escondidas de la recepcionista y te podría traer problemas si descubren que metiste a alguien sin permiso.

Ambos se besan apasionadamente, para que luego Cecilia salga de la habitación.

Lucas suspira viendo cerrarse la puerta de entrada.

"Ese fue el último beso que obtendrás de mí. Lo siento cariño, pero seguimos estando en bandos contrarios."

Sin esperar más, Lucas comienza a buscar por todos lados los dos diamantes que Cecilia había conseguido una semana atrás. 

Busca en los veladores, en el armario, donde puede ver el vestido de novia que la chica usó en el fallido matrimonio con el italiano, luego bajo el colchón, sin encontrar las joyas. Entonces se acuerda que la chica siempre decía que las cosas había que esconderlas en lugares visibles para que nadie se diera el tiempo de buscarlas ahí. Mirando por toda la habitación, fija su mirada en un macetero de una frondosa planta que hay en la esquina de la habitación. Sin pensarlo dos veces, se acerca a él y mete su mano dentro del macetero, sintiendo tocar los diamantes. Contento por su hazaña, los toma.

"Estoy llegando a pensar que las Ases sin mí no son nada. Una vez más me tengo que encargar, por mi cuenta, de hacerles el trabajo a las mujeres de mi papá. Pero en fin, no voy a negar que esta vez lo pasé bien."

Lucas, con los dos diamantes en la mano, gira su cuerpo, viendo que frente a él se encuentra Cecilia, apuntándolo con una pistola. Ella se encuentra muy nerviosa.

—¿Por eso viniste hasta aquí? –Pregunta apenada la mujer—. ¿Cierto?

—¿Por qué? –Responde fríamente el muchacho—. ¿Acaso había algo más en este lugar que debería importarme?

La chica completamente desilusionada, baja el arma.
—Eso, así me gusta. Sin escándalos.
—Yo de verdad me hubiese casado contigo –agrega triste la rubia, tiritando de nervios—. Creí cada una de las palabras que me dijiste hoy día.

—Lamentablemente, fue pura actuación. ¿Cómo lo hice?

Cuando menos lo espera el muchacho, ella le pega una fuerte patada en la pera, botándolo de espaldas al suelo. Rápidamente, Cecilia se acerca a él, quien no es capaz de pararse por el dolor, y toma los diamantes para meterlos dentro de su chaqueta.

—¡Qué vergüenza más grande! –Dice el As, mientras recoge las joyas—. Literalmente, una mujer te dejó en el suelo.

La chica toma del velador las llaves del auto de Lucas y sale de la habitación, sin que el joven se pueda poner en pie.

"Me carga que las mujeres siempre tengan una carta bajo la falda. Al final nos terminan controlando a su gusto. Son despiadadas cuando les conviene y unas Ases cuando lo necesitan. Lección número uno, nunca subestimes a una mujer." 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora