Cap. 9 - Un hombre para la eternidad (2)

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Lucas tiene su lujoso auto detenido en el exterior de un edificio de tres pisos, pintado hace poco de un color mostaza. Esperando que pase la hora, el joven lee el diario del día, con un ojo en la lectura y otro ojo en lo que pasa a su alrededor. Entonces, algo distrae su atención. Dejando el diario de lado, se pone lentes de sol para cubrir su rostro y no ser reconocido.

En la vereda del frente, Cecilia lleva puesto un largo abrigo y bufanda en el cuello, que le cubren parte de su cara. La chica entra al Hostal Buenaventura con una bolsa de mercadería en la mano.

Lucas sonríe. El dato que le dio Felipe, un amigo, horas antes sobre el paradero de la chica es acertado. Sin esperar mucho rato, el joven se baja de su auto descapotable y le pone llave. Cruza la calle, observando a la poca gente que transita a estas horas por la ciudad y entra sigilosamente al edificio, intentando pasar desapercibido.

Una vez adentro, se acerca al mesón para hablar con la recepcionista, que ve un matinal nacional en la televisión mientras come un sándwich de atún, lo que Lucas nota por el fuerte olor que ni siquiera el olor de su perfume puede opacar.

—Buenos días, señorita –saluda el joven, educadamente.

—Diga –responde parcamente la muchacha, sin siquiera mirar al muchacho.

"Chuta, parece que es demasiado temprano para ser simpático."

—Estoy buscando a un huésped. Me quedé de juntar con ella aquí –miente Lucas, sintiendo el olor a atún directamente.

 —¿Cuál es su nombre?

—Felipe Carmona.
—No, el nombre de su amiga, con la que se iba a juntar. —¡Ah!, disculpe –Dice Lucas, pensando en que posiblemente

Cecilia no utilizó su verdadero nombre para inscribirse—. Alejandra Meneses.

"Por favor que no me haya equivocado. Tiene que haber utilizado ese nombre, como en los viejos tiempos."

—Sí, ella está en la habitación veintitrés, segundo piso – responde la muchacha, dando tranquilidad a Lucas.

—Perfecto –dice, dirigiéndose al ascensor para ir en busca de la mujer que ha sido el gran amor y decepción de su vida.

—¡Joven! Usted no puede subir –grita la muchacha a Lucas, quien se detiene—. Déjeme llamar a la habitación para decirle a la huésped que usted está aquí.

—¡No, no se preocupe! Quería darle una sorpresa. La esperaré un rato hasta que baje –dice el chico, sintiéndose estúpido por la respuesta que acaba de dar.

—Ya, tome asiento si quiere –dice la chica, encontrando un tanto extraño a ese joven que viste tan elegante, en un lugar tan vulgar como el hostal en el que trabaja por el sueldo mínimo. Le cargan los cuicos, pijos.

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora