Cap. 7 - Si vis pacem para bellum (4)

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En una habitación fría, con una sola ventana cerrada con palos de madera que dejan atravesar escasos rayos de luz, vemos a un niño de diez años tendido sobre una cama cubierto con una frazada roja. Él duerme plácidamente, pero su mente comienza a despertar y con eso, sus ojos se abren. El menor mira a todos lados, intentando reconocer el lugar. No recuerda los hechos que lo llevaron a estar en esta situación, aunque bien poco le importan en este momento. En su cabeza sólo tiene la imagen de su madre, Tamara, a quien quiere ver ahora más que nunca.

—¡Mamá! –dice con un grito ahogado el Tila. Lamentablemente, nadie responde a su llamado.
Las lágrimas se asoman en su rostro, pero intenta contenerse. Se levanta de la cama y se dirige a la puerta, con la esperanza

de que esté abierta. Se equivoca. La chapa está cerrada con llave. Vuelve a recorrer la habitación con la mirada, viendo la ventana  cerrada con palos de madera. Se acerca a ella y comienza a golpear el vidrio, intentando quebrarlo.

—¡Ayuda! –Grita desesperado el Tila—. ¡Que alguien me saque de aquí!

Entonces, cuando sólo está concentrado en la ventana y en gritar lo suficientemente fuerte como para que alguien lo escuche, el niño siente que alguien le toca el hombro. Asustado, gira su cuerpo cayendo al piso de un sopetón. Frente a él, la persona que lo secuestró.

—Tranquilo chiquitín, no te haré daño –dice Cecilia, quien viste la misma ropa desde hace muchos días, a estas alturas, inmunda—.

—¡Quién es usted! –le pregunta nervioso el pequeño.

—Soy amiga de tu mamá –responde la mujer, sentándose en cuclillas frente al niño—. De seguro en algún momento ella te tiene que haber hablado de mí.

—¡Quiero verla!

—Eso no va a ser posible –responde—. Por lo menos, no por ahora.

Mientras Cecilia habla, Tila se da cuenta que la puerta de la habitación está abierta.

—Pero te prometo que no te haré daño mientras te portes bien –sigue diciendo Cecilia, pendiente del pequeño, quien se mantiene en el suelo, asustado.

De un momento para otro, el niño empuja a la rubia al suelo y poniéndose de pie comienza a correr hacia la puerta abierta, pero Cecilia alcanza a tomar la pierna del pequeño, haciendo que él caiga de boca al suelo, sin lograr llegar a la salida.

—¡Para dónde crees que vas! –Grita Cecilia, parándose e intentando adelantarse al niño para cerrar la puerta, porque él sigue haciendo esfuerzo por llegar a ella, sin mucho éxito, pues Cecilia cierra la salida de un golpe—. ¡En qué habíamos quedado! Dijimos que te portarías bien y que yo no te haría daño.

—¡Usted no es amiga de mi mamá y quiero que me deje ir! – grita Tila, furioso.

—No sacas nada con comportarte así, porque antes de que salgas de este lugar necesito que tu mami haga algo por mí.

—¡Ella no te seguirá en tu jueguito!
—Sí lo hará, porque tu vida está en juego.
El Tila pone atención a las palabras de Cecilia, quedando muy asustado con su última frase. Caminando se acerca a la cama y se sienta, con el cuerpo tembloroso, ante la mirada atenta de la rubia quien se da cuenta del cambio de actitud del menor. —¿Quieres que te cuente un cuento? –pregunta la mujer,

acercándose al Tila para hablarle.
El niño no responde.
—Hace mucho, mucho tiempo atrás, había un rey que vivía en un gran castillo. Este rey tenía una reina a la que no quería mucho, porque él prefería pasar tiempo con sus concubinas, a quienes les entregaba siempre lo mejor. Por lo menos de eso las tenía convencidas.

—¿Por qué me dices esto?

—Sin embargo, este rey tenía una concubina favorita, a quien siempre llenaba de regalos costosos y de cariño, cosa que no hacía con sus otras mujeres –relata Cecilia, sonriendo—. ¿Pero sabes? esto era un secreto entre ellos dos. "Si alguien se llega a enterar, la relación se termina", le dijo el rey a la mujer porque no quería que el resto de las chicas se sintieran desplazadas. No se equivocaba. Pero un día, el rey dejó embarazada a su concubina favorita. ¿Sabes qué significa eso?

El Tila se mantiene en silencio, mientras sus manos tiritan.

—Eso significa que esta mujer estaba a punto de dar a luz a un príncipe. Un príncipe que sería el gran sucesor del rey. ¿Te gustaría ser este pequeño príncipe?

—No... porque... porque no es hijo de la reina.

—Buena respuesta. Sería eso mismo lo que cambiaría la historia de este pequeño. La reina, al darse cuenta que su marido no podía tener un hijo con una concubina, la hizo regalar al pequeño y ocultar para siempre su identidad. De esta forma, el rey nunca supo que había engendrado un príncipe y que él se mantenía en algún lugar de Santiago, sin saber que era hijo de un rey.

—¿De qué estás hablando?

—¿Sabes lo que pasará cuando el rey se entere que tiene un hijo?

—No.

—Hará lo imposible por recuperarlo. Incluso, lo rescataría de las garras de una malvada bruja que al saber toda la verdad, encerraría a este pequeño príncipe en lo alto de una torre encantada para conseguir sus objetivos. Por eso te tengo aquí, principito.

Tila intenta razonar las palabras de la mujer. Sabe que ella se refiere a él pero no logra encontrar la relación.

—Si todo sale bien, tú saldrás de este lugar ganando mucho más que yo –dice Cecilia—. ¿O no quieres conocer a tu papá? Bingo, eso era, piensa el niño para sí. De eso está hablando esa mujer. Una fuerte confusión se forma en su interior. Quiere conocer a su papá, pero no de este modo. 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora