Cap. 3 - As de trébol (4)

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Elisa abre los ojos luego de una corta noche de sueño. Para sorpresa de ella, Daniel está parado a su lado con un rostro no muy agradable. Ella intenta reincorporarse lo más rápido posible.

—Mi amor, ¿qué estás haciendo a esta hora en la casa? ¿No tenías audiencia? –pregunta la mujer, intentando llevar el ritmo de la conversación.

—¿Se puede saber por qué llegaste pasadas las cinco de la mañana a dormir? –pregunta Daniel, enojadísimo. 

 Conociendo el carácter de Daniel, Elisa sabe que cometió un grave error.

—Amor, perdón, ocurrió todo tan rápido que no alcancé a avisarte. Pasa que yo estaba en una misa que se hizo en memoria del hermano de una amiga. En eso estaba cuando me llamaste. Y no me vas a creer lo que pasó cuando salimos, a mi amiga le vino una crisis de pánico y terminamos en la clínica hasta súper tarde. Por eso llegué a esa hora.

—¡Para qué te pago celular si no lo usas cuando corresponde! –Grita Daniel, tomando a Elisa del brazo con fuerza, para tirarla con violencia al suelo—. ¡Tú no puedes andar como una suelta por la vida a esas horas de la noche!

—¡Daniel, me haces daño! –grita Elisa, asustada.

—Pasa que no me gustan las mujerzuelas –responde él—. Yo soy tu marido y me debes respeto. Para la próxima vez que pongas un pie fuera de esta casa lo vas a pensar dos veces. Espérate no más que te pille con otro hombre que no sea yo, porque lo mato y, después, te mato a ti.

El hombre sale de la habitación, dejando desconcertada a Elisa, quien se levanta del suelo a punto de llorar.

Tener que mantener su fachada de mujer inocente y débil se hace cada vez más difícil. Mucho más ahora que comenzó a tener una doble vida de forma activa. Si las cosas continúan así, tendrá que soportar escenas similares a estas y no sabe si podrá sobrellevarlo.

Por qué Daniel tiene que ser tan celoso con ella. Las cosas no pueden continuar así.

—Daniel, por favor, no me hagas las cosas más difíciles – dice para sí la mujer, con un nudo en la garganta—. Tengo que encontrar el modo de que todo salga bien.

La mujer toma aire y con decisión sale de la habitación matrimonial, baja las escaleras y con lágrimas en los ojos, se acerca a Daniel, quien todavía no sale del lugar.

—Mi amor, ¿podemos hablar? –pregunta la mujer, casi susurrando.

—Qué quieres –responde secamente el hombre, quien se pone la chaqueta dispuesto a salir.

—Por favor, yo no quería pasarte a llevar –dice Elisa, fingiendo magistralmente—. Lo único que no quiero en la vida es faltarte el respeto. Tú eres mi marido y sé que te pertenezco. Por favor, perdóname, nunca más volveré a salir sin avisarte.

El ego de Daniel sube por las nubes. Elisa le acaba de entregar las palabras que él quería escuchar. De verdad siente que tiene a la mujer en sus manos. Sonriendo, se acerca a su cónyuge para acariciarle el rostro.

—Ya, tranquilita, no llores –dice el abogado, tiernamente—. Tú entiendes que yo hago todo esto porque me preocupo por ti, porque no quiero que la gente del barrio ande hablando mal de ti. Tú eres una señora de bien y debes comportarte como tal.

—Sí, yo sé.

—Pero todo estará bien si te portas adecuadamente conmigo. Así que ahora yo me voy a trabajar y tú te pondrás a hacer el aseo. Quiero ver esta casa impecable cuando llegue. ¿De acuerdo?

—Sí, mi amor –responde Elisa, limpiándose las lágrimas y sonriendo tímidamente—. Voy a dejar la casa radiante, como nunca lo he hecho.

—¡Eso, así me gusta!

—Y te voy a preparar una comida que te va a encantar –agrega la mujer, tomando el rostro de Daniel para llenarlo de besos.

—Ya, está bien, pero no me des tantos besos que me ensucias con tus lágrimas –responde el hombre, intentando sacarse a su mujer de encima.

—Lo siento –dice Elisa—. Déjame limpiarte.

—¡No! Está bien, no hay problema –dice Daniel, dándole un beso en la mejilla a su mujer para tranquilizarla—. Nos vemos en la tarde.

El hombre sale de la casa dejando en completa soledad a Elisa, quien sonríe triunfante al haber cambiado el ánimo de su marido. Entonces, recuerda que Amalia está durmiendo en la pieza de alojados.

—¡Amalia! Menos mal que Daniel no te vio. Ahí sí que hubiese quedado la grande.

Ese es otro problema que tiene que solucionar. Amalia no puede seguir oculta en la pieza de alojados. En cualquier momento Daniel se dará cuenta de su presencia y tendrá que dar muchas explicaciones.

Elisa se toma la cabeza con ambas manos, pensando en lo complicada que se están poniendo las cosas ahora que las Ases volvieron a reunirse. Algo tiene que hacer para poner todo en su lugar. Ya se le ocurrirá. 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora