Cap. 12 - Ex umbra in solem (4)

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En una humilde choza de madera y techo de paja, sin muchos adornos en las paredes y con hamacas en vez de camas, Cecilia entra en compañía de Álvaro.

—¡Que linda lugar, no te parece! –pregunta el hombre, sonriendo muy feliz.

—Súper lindo –responde Cecilia, un tanto molesta ante la actitud ridícula de su acompañante—. En vez de andar desmemoriado podrías acordarte quién cresta te debe pasar el cuarto diamante para terminar de una vez por todas con esto.

Álvaro se acerca a la chica y sacando una pistola que guardaba oculta en el bolsillo de su chaqueta la golpea en la cabeza, haciendo que la joven caiga al suelo, inconsciente.

—Estúpida –dice despectivamente el hombre, saliendo rápidamente de la choza para correr a la avioneta, donde se encuentra el piloto junto a la caja con los tres diamantes.

—Rápido, necesito que me entregues el diamante –le dice al hombre, con su característica delicada vocecita.

—¿Recuperó la memoria? –pregunta extrañado el piloto.

—Nunca la perdí, querido. Sólo fui más listo que esa tropa de ineptos que quieren arruinar mi plan –responde Álvaro—. Obviamente yo no lo permitiría.

El piloto sonríe ante la inteligente actitud de Álvaro.

—Entonces aquí está –dice el hombre, abriendo la caja y dejando ver los cuatro diamantes ordenados uno al lado del otro, brillando a más no poder—. No se preocupe por el dinero acordado, ya lo encontré entre sus pertenencias.

—Perfecto. No me digas que no son preciosos –dice maravillado el millonario, acercándose para acariciarlos—. Ahora estoy a un paso de conseguir la vida eterna y ser inmensamente poderoso. Y todo gracias a estas joyitas.

—Ojalá sus deseos se cumplan, señor –dice el hombre, con una cruda expresión en su rostro que denota la intención de querer decir algo—. ¿Sabe? Necesito decirle algo. Me da lo mismo que usted haya o no sido el asesino de mis compañeros de banda. Ellos no significaban nada para mí, pero por favor, le ruego que no me haga daño. Por lo que más quiera, se lo pido.

A Álvaro le encanta la actitud del piloto, por lo que sonríe, complaciente.

—Tranquilo, poniéndonos en el caso de que yo sea un asesino,

cosa que no soy, te aseguro que a ti te perdonaría la vida. Es más, me encantaría que fueras mi colaborador una vez que consiga lo que busco con estos diamantes. Digo, como forma de agradecerte por todo lo que has hecho tú y tus compañeros este tiempo por mí.

El hombre sonríe.
—Sería un honor –responde el piloto.
—A propósito, ¿cuál es tu nombre?
—Ángel.
—Bien Ángel, me agradas –agrega con su delicada voz el hombre—. Ahora yo me iré de expedición a la selva y tú esperarás aquí, con la avioneta lista para partir. Mientras tanto debes recordar que, si alguien pregunta por mí, tú no me has visto. ¿Estamos de acuerdo?

Álvaro sale de la avioneta con la caja de madera que contiene los diamantes. Mira a todos lados buscando un lugar donde ocultarse de Benjamín y sus acompañantes quienes siguen en las chozas. Sin esperar mucho rato, se percata de la presencia de un hombre de piel oscura y barba blanca, que viste ropas largas y anchas de colores, parado a su lado.

—Tú eres el verdadero Álvaro Capote –le dice, sin preguntar, dando señales de su sexto sentido.

—¿Quién es usted?

—Olayo, chamán Matsés. Te guiaré hasta la estrella de cuatro puntas –responde serio el hombre, en un extraño castellano, pero suficiente para hacerse entender.

—¡Qué amable! –Exclama Álvaro—. ¿Podríamos irnos ya? Tengo prisa.

—Tengo muy claro que tu corazón y mente están controlados por fuerzas oscuras, pero nada puedo hacer contra eso si eres el portador de la llave –dice el chamán sobre el italiano.

—Bueno, por el camino conversamos, pero ahora, salgamos de aquí –dice nervioso el italiano quien teme que aparezcan sus enemigos a detenerlo.

—Vamos.
El italiano y el chamán se reúnen con un par de hombres de la tribu que esperaban detrás de unos árboles de la selva y juntos se internan en ella, rumbo a revelar un secreto que se ha mantenido oculto desde el año mil cuatrocientos cuarenta y nueve, año en que el pirata Carloto inició la leyenda. 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora