Cap. 5 - Un secreto bien guardado (1)

1 0 0
                                    


1

Bajo el frio invierno que azota a la ciudad, Tamara espera en un paradero que pase el transantiago.

"La vida no tiene por qué ser feliz. Si bien no niego que hay personas que llegan a ese estado de éxtasis, no creo que la felicidad fuese creada para todos. Porque de ser así, yo sería feliz y francamente, no lo soy.

¿Qué hay para mí? Momentos difíciles, situaciones enredadas y cosas que, la verdad, yo nunca quise que me tocaran. Pero aquí estoy, viviendo mi mejor momento dentro de todo lo malo. Sobreviviendo, aguantando, dando la pelea, como siempre."

La micro se detiene frente a Tamara. Ella se sube, paga el pasaje con la tarjeta como cualquier mortal y avanza por el pasillo, seleccionando dónde sentarse. Todas las personas están sentadas solas mirando por la ventana. Al parecer, nadie busca compañía esta mañana.

Mira a su alrededor las caras de sufrimiento y de dolor de las personas que, al igual que Tamara, viven sólo porque hay que hacerlo.

"Bueno, por lo menos yo no estoy sumergida en la rutina."

Viendo un asiento desocupado al final del pasillo, se acerca a él con dificultad, intentando sostenerse de las barandas para no caer al suelo con la mala conducción del chofer. Al llegar al fondo, se sienta junto a la ventana para seguir pensando.

"No sé si será realmente bueno que Benjamín haya salido de la cárcel. La verdad es que la idea en un principio me agradó, aunque siempre he tenido mis temores. Porque su presencia traerá preguntas y esas preguntas, en algún momento, traerán respuestas, las respuestas traerán verdad y la verdad, como siempre, traerá dolor.

No, definitivamente, no es bueno que Benjamín haya salido de la cárcel. Por muy mal que suenen mis palabras, no puedo dejar de sentir miedo."

Media hora más tarde, la mujer se baja de la micro, sintiendo una ola de frio rozar sus mejillas. De su boca, sale vapor producido por las bajas temperaturas que azotan la ciudad.

Poniendo sus manos dentro de los bolsillos, intentando calentarse, camina unos metros hasta llegar a una pequeña casita de paredes blancas. Abre la reja e ingresa a un pobre jardín congelado, que en otra estación, algo de alegría entregaba con sus flores de colores. Golpea la puerta. Luego de un rato, le abre la puerta una mujer baja y gorda, que parece reconocerla.

—Tamarita, pase. Qué bueno verla por estos lados –le dice la mujer, vestida con un delantal de cocina.

—Cómo está, doña Corina –pregunta la morena, dándole un beso en la mejilla.

—La verdad es que no muy bien. Con los achaques de mi vejez, estoy contando los días para pasar agosto. Y el frío no ayuda mucho. La verdad es que no recuerdo un invierno tan helado como este.

—Bueno, piense positivo. Si no pasa agosto por lo menos no tendrá que preocuparse por el frío.

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora