Cap. 1 - Viejas amigas (4)

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Vestida con un buzo plomo y chaqueta con capucha, que cubre su negra cabellera, Tamara entra al supermercado de la mano de un pequeño niño de diez años. Con grandes ojeras marcadas bajo sus ojos, la mujer deja ver que no ha dormido del todo bien en las últimas noches, o para ser más precisos, en los últimos años.

Caminando por el pasillo de los tarros en conserva con total naturalidad, es observada por el niño, quien no despega su mirada de la mujer.

—No creo que este sea el mejor lugar –le dice el chico, un tanto nervioso.

—¡Cállate, qué sabes tú! –responde la mujer iracunda, mientras toma un par de latas de conservas y se las mete dentro de la chaqueta.

—Por favor, no hagas esto aquí. Es peligroso.
—Deja de criticarme y ayúdame, será mejor.
El niño sabe que éste no es el mejor lugar para hurtar, pero su mamá parece no darse cuenta.

—Tamara, mira, tienes una cámara de seguridad puesta sobre tu cabeza y por la esquina de allá hay un guardia observando lo que haces. ¡Es imposible que puedas robar aquí!

Tamara gira su cabeza, dándose cuenta que las palabras del niño son ciertas. Ha dormido tan mal en el último tiempo, está tan cansada de la vida, que ya no es capaz de cuidarse por sí sola.

—Ven, acércate –le dice al niño, intentando mantener la calma. Aunque lo único que realmente podría calmarla en este momento es un cigarro.

El menor se acerca a la mujer, quien le da un fuerte abrazo. En el acto, aprovecha de meter las latas de conserva en la capucha de la chaqueta que lleva el niño.

—Te aseguro que esto no lo verán las cámaras –le dice Tamara, para luego darle un tierno beso en la mejilla—. Ahora, sal de este lugar y espérame en la casa.

El niño, obedientemente, da la media vuelta y camina hacia la salida aparentando tranquilidad, aunque en su interior está nervioso. Nunca le ha gustado el oficio que escogió su mamá para sobrevivir, pero sabe que tiene que apoyarla. Claramente, ella no está bien. Le ha dicho en muchas ocasiones que busque ayuda profesional para que la saquen de la depresión en la que se encuentra, pero ella parece no escuchar.

Por su parte, Tamara sigue revisando las estanterías con mercadería, intentando pasar desapercibida. Pero ya es demasiado tarde, pues el guardia de seguridad que la ha estado vigilando se acerca a ella.

—Disculpe damita, necesito que me acompañe.

—¿Para qué? –pregunta la mujer, esbozando una fingida sonrisa que no se condice con la amargura de sus ojos.

—Por favor, no haga un escándalo en este lugar. Usted sabe bien por qué.

El guardia toma el brazo de la mujer con fuerza, mientras otros clientes que hay en el lugar giran su mirada para ver lo que está pasando.

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora