8
Teresa no ha parado de conducir por Santiago, siguiendo las instrucciones de Amalia, quien sigue esposada. El As ha llevado a la señora del hombre que tiempo atrás estafó hasta la más pobre población de la capital. El auto se detiene por instrucción de Amalia.
—¿Qué hacemos aquí? –pregunta la mujer.
—¿Ves ese basurero grande del fondo?
—Sí –responde Teresa, viendo frente a ella un apestoso contenedor.—Ahí detrás está el maletín con tu dinero.
Teresa comienza a reír a carcajadas, incrédula ante las palabras de la colorina.—Y tú crees que yo soy idiota.
—¿Querías o no saber dónde tenía tu fortuna? –Pregunta seria, Amalia—. Bueno, te estoy diciendo donde está y tú no me crees. No sé qué más hacer.
—¿Así de tonta piensas que soy? –Responde Teresa—. Podrás haberme engañado en el pasado pero ahora que sé la clase de persona que eres, no voy a caer otra vez en tu juego.
—Teresa, de verdad, lo siento mucho. No era mi intención que don Patricio muriera.
Aprovechando ese momento de debilidad emocional de Teresa, Amalia le pega un fuerte codazo a la mujer, quien en un acto reflejo tira su cabeza hacia atrás, pegándose con el vidrio y cayendo inconsciente sobre el volante. Entonces, Amalia busca las llaves de las esposas en las cosas de Teresa, sin encontrar nada. Abre la guantera del auto, buscando algo que la libere de las esposas, pero su suerte no mejora. Sólo puede ver una caja de herramientas. Abriéndola con dificultad, saca de su interior una llave francesa.
—Vamos que se puede –dice para sí la mujer, poniendo la llave entre sus pies, pretendiendo romper con fuerza las esposas. Sólo consigue hacerse daño en una mano. Pese al dolor, sigue intentándolo, logrando hacer presión con la llave para liberarse de la esposa, que queda colgando en la muñeca de Teresa.
Viendo que la rubia está comenzando a reaccionar, se baja del auto y comienza a correr para ocultarse detrás de una casa.
—Ay, Dios mío. Por qué no puedo ser una mujer normal – dice la chica, mirando al cielo—. Siempre me tengo que andar metiendo en las patas de los caballos.
Amalia ve cómo Teresa se baja del auto y grita su nombre airada. Puede sentir la frustración de la mujer por querer hacer justicia. En el fondo, la entiende, aunque también justifica las razones que tuvo para estafar a don Patricio, razones de justicia social. Teresa tenía una vida formada, un marido que la amaba, una linda casa y dinero para gastar en lo que quisiera. De no ser por ella, Teresa seguiría siendo la dueña de esa casa. Ahora, su marido está muerto y su cuenta corriente en cero pesos.
—Lo hecho, hecho está –dice la colorina, comenzando a correr antes de ser encontrada.
Amalia corre desesperada por las calles de Santiago como si con eso pudiese dejar atrás todo su pasado.
ESTÁS LEYENDO
Ases y los cuatro diamantes
AdventureDiez años después de caer en una trampa que lo puso tras las rejas por un delito que no cometió, Benjamín, líder de una banda de ladronas de fama internacional conocidas como Ases, regresa para vengarse del italiano, un millonario responsable de sus...