Cap. 8 - Larga vida a Carmen San Marcos (6)

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6

En la fría noche, el furgón de las Ases se estaciona afuera de la bodega. Todos entran, nerviosos.

—¿Qué vamos a hacer ahora? –pregunta Alejandra.

—Vamos, hay un bote afuera, tenemos que salir de aquí antes que la policía nos localice –dice Benjamín.

Todos se disponen a salir rumbo al muelle, pero Alejandra siente que su teléfono celular comienza a sonar. Sin que el resto  se dé cuenta, ella se detiene a contestar, quedando atrás. El resto sale del galpón.

—Aló, Carmen.

—No te preocupes. Está todo bien. La policía ya no los seguirá –responde la mujer desde el otro lado de la línea.

—¿Cómo sabes...? –pregunta extrañada Alejandra, sin conocer quién es realmente su amiga y sus malas intenciones para con ella.

En ese instante, Carmen entra al galpón acompañada de Álvaro. Alejandra la ve, consternada.

—Amiga, ¿Qué estás haciendo aquí? –pregunta el As de Benjamín, sin comprender lo que ocurre.

—Lo siento mucho. Espero que encuentres una mejor vida en el cielo –responde Carmen, quien sacando una pistola de su chaqueta le dispara al As de Benjamín.

Alejandra observa su herida, impactada.

—Linda, yo me encargaré de que tu hijo quede en buenas manos. No te preocupes –le dice Carmen, intentando que la colorina tenga una muerte digna.

Dando un último suspiro, Alejandra cae al suelo.

—¡Salgamos de aquí, Carmen! –dice nervioso Álvaro, al ver muerta a la muchacha.

Mientras tanto, llegando al muelle, Benjamín y las Ases se detienen al escuchar el disparo.

—¿Qué fue eso? –pregunta Cecilia.

—¿Dónde está Alejandra? –pregunta Elisa, mirando a todos lados y percatándose de su ausencia.

Inmediatamente, muy asustados, comienzan a correr hacia el interior de la bodega, pensando lo peor. Benjamín es el primero en entrar, viendo salir por el otro extremo del lugar a Álvaro.

—Italiano –dice para sí el líder, notando que el cuerpo de su amada As está tendido en el piso—. ¡Alejandra!

Todos corren hacia el cuerpo de la chica. Entonces, comienzan a sonar las sirenas de los autos policiales al exterior del lugar. Junto al cadáver de Alejandra, Benjamín y las otras tres Ases ven cómo su destino se ha visto arruinado.

—Benjamín, por favor, dinos qué hacer ahora –pregunta Tamara, sin perder la calma.

—Vamos, ayúdenme a sacar a Alejandra de aquí –responde el líder del grupo, acercándose al cuerpo para tomarlo, mientras espera que las chicas lo secunden.

—¡Estás loco! –Grita Cecilia, la rubia—. No nos vamos a  preocupar del cuerpo de Alejandra mientras la policía nos pisa los talones. Tenemos que salir de este lugar antes que nos atrapen a todas y terminemos en las mismas condiciones que ella. O peor, encerradas en la celda de una mugrienta cárcel estatal. ¡Ustedes saben a lo que me refiero!

—Lamentablemente, Cecilia tiene razón –agrega Elisa—. Mejor tomemos el botín y huyamos mientras podamos. Hagámoslo por la memoria de Alejandra.

Se siente desesperación en el ambiente, las sirenas policiales se escuchan acercarse en el exterior y la banda de ladrones sólo espera un desenlace negativo. Cecilia toma una maleta llena de dinero que hay junto a ella pretendiendo escapar, siendo detenida por Tamara quien, sujetando el bolso con fuerza, hace volar cientos de billetes por los aires.

—¡Estúpida, mira lo que hiciste! –grita Cecilia, agachándose para tratar de tomar la mayor cantidad de billetes del piso, mientras Tamara la ayuda, arrepentida por lo que ocasionó.

—¡Te pensabas ir con nuestro dinero! –Agrega la morena, justificándose—. No creerías que te lo iba a permitir así como así.

—Yo no quería escapar –corrige Cecilia—. Sólo tenemos que salir de aquí antes que nos atrapen y pasemos el resto de nuestra juventud en una cárcel llena de delincuentes roñosos.

Benjamín se levanta del suelo, asustado.

—Ya nos tienen –dice, realmente complicado—. ¡Ese maldito italiano! Vamos, corran, salgan de aquí.

—Pero... y tú –pregunta Cecilia, al comprender que el líder no se moverá del lado de Alejandra.

—Yo estaré bien. ¡Corran y no dejen que las atrapen!

Cecilia se acerca al hombre, mirándolo fijamente con ternura. Él le responde con un beso en la frente y una sonrisa nerviosa.

—Cuida a tus hermanas. Ellas necesitarán de alguien con tu valor para que las guíe.

—Te lo prometo. Nunca las dejaré solas –responde la rubia, con una delicada sonrisa de inocencia.

Tras una última mirada, Cecilia se va en compañía de las otras dos mujeres, a quienes Benjamín no volvería a ver en mucho tiempo.

—Mis queridas Ases –dice para sí el líder de la banda, mientras las muchachas corren—. Regresaré por ustedes muy pronto.

Cuando ya está solo y no hay rastros de las tres féminas, la policía entra a la bodega, irrumpiendo en el lugar con violencia. 

—¡Manos arriba! –Grita el jefe de la misión.

"Y así fue como sucedió. Diez años de mi vida pasé escondida en un asilo tratando de perdonarme el haber matado a Alejandra. Ella no tenía culpa de los errores de Benjamín. Sólo fue una pieza necesaria para conseguir un bien mayor.

Así que hoy, en su memoria, debo terminar lo que empecé. Debo avanzar hacia el otro lado del tablero. Hacer las mejores jugadas, para poder hacerle, de una vez por todas, jaque mate al rey de las Ases." 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora