Cap. 3 - As de trébol (7)

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"En una semana me caso. Después de haber dicho sí ante la ley y ante Dios, ya no habrá vuelta atrás. Dejaré para siempre mi vida de estafadora y me dedicaré a disfrutar de la maravillosa vida que mi amado Álvaro me dará. Sé que él es un tanto amanerado y que tiene muchas mañas pero el dinero suple todas las falencias que el italiano pueda tener.

Tampoco niego que nunca logré olvidar del todo a Lucas. Es que él era demasiado especial conmigo, pero no puede entregarme las cosas que yo necesito. Si a mi edad, ya no puedo darme el lujo de vivir amores adolescentes, tengo que pensar objetivamente y preocuparme por mi bienestar económico."

Mirándose en el espejo, Cecilia sabe que logrará convencer a su futuro marido de que todo lo que hizo fue por amor. Lista para descubrir la verdad, sale del baño.

Álvaro se encuentra leyendo un cuaderno de cuero, sentado en un sillón que sirve de decoración a la habitación de la pareja. Mientras piensa en todo lo que ocurrió ese día en su mansión, en los árabes muertos y en el diamante perdido, intenta despejar un millón de dudas que rondan en su cabeza. A sus espaldas, aparece Cecilia vestida en bata de dormir de seda, cargando entre sus manos el enorme diamante con forma de prisma.

A espaldas del hombre, ella le habla.

—Mi amor, tengo que mostrarte algo, espero que te guste – dice la chica, esperando que él gire su cuerpo.

—¿Qué pasa? –pregunta el hombre, sin quitar la mirada del cuaderno, mientras piensa en los eventos de esa tarde.

—Pretendía que este fuese mi regalo de bodas, por eso no te había dicho nada, pero después de los sucesos ocurridos hoy, creo que no puedo seguir guardando la sorpresa.

Luego de esas palabras, el interés cala el interior del millonario, quien se pone de pie para ver la sorpresa. Al girar su cuerpo, con delicadeza, pues aún le duele la cabeza por el golpe que le dio Cecilia en la tarde con una lámpara, que él cree que se lo dio el árabe, ve a su futura mujer con el gran diamante en sus manos.

—¡El diamante! –exclama el hombre, con su delicada voz, al tiempo que su mano comienza a tiritar poco a poco.

Cecilia sonríe.
—Los árabes no mentían –responde la chica—. Yo lo robé. 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora