Cap. 12 - Ex umbra in solem (2)

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El humo ha entrado a la habitación en la que se encuentra Amalia tendida, intentando zafarse de las amarras que la tienen prisionera a la cama.

Entonces, cuando logra sacar una de sus manos de la cuerda que la une a su condena, la puerta de la habitación cae estrepitosamente al suelo, entrando el fuego al lugar, el que comienza a esparcirse rápidamente por toda la habitación por la bencina que Teresa dejó en el lugar.

Amalia comienza a gritar desesperada, mientras quita la amarra de su otra mano y luego la del pie, quedando completamente libre.

—¡Dios mío, sácame de este infierno, te lo ruego! –grita la  chica, viendo que todo lo que está a su alrededor está siendo consumido por el fuego.

Qué hacer. La colorina mira la puerta para escapar, pero sabe que se le hará imposible llegar abajo. Más aún, cuando siente un fuerte ruido venir del primer piso, mezclado con la quebrazón de vidrios y el crujir de la madera de las paredes.

Ahogada por el humo, toma el cubrecama y se lo pone en las espaldas dispuesta a correr hacia una ventana, que vendría siendo su última salida del lugar. Con miedo a que el fuego la alcance, abre la mañilla de la ventana y observa hacia abajo, pensando en tirarse, como última herramienta escapatoria.

Cuando no se lo espera, el fuego comienza a subir por el cubrecama que le protege las espaldas. Dando un fuerte grito, la chica lo deja caer, tirándose por la ventana al exterior y quedando colgada de una canaleta pegada a la pared. De ahí, salta al césped del patio trasero.

Al caer, siente un fuerte dolor en todo su cuerpo, más que mal, hace pocos minutos atrás rodó por las escaleras y ahora, debió tirarse de un segundo piso para salvar su vida. Pero aún así, no puede dejar de llorar de emoción.

—¡Gracias Dios mío por darme una nueva oportunidad! – Grita la chica, llena de alegría por haber salido de ese peligroso momento—. ¡Te prometo que no la desaprovecharé!

Quejándose de dolor, pero contenta, se tira de espaldas al césped observando como la casa de Teresa es consumida por el fuego.

—¡Uf! De la que me salvé –dice Amalia—. Hubiese quedado hecha polvo ahí dentro.

En ese mismo instante, siente que las sirenas de la policía y de los bomberos suenan en el exterior. Rápidamente piensa que debe salir de ahí para que no la involucren con el incendio. Así que, poniéndose en pie con dificultad, corre hacia la calle y se oculta en la oscuridad de la noche, entremedio de vecinos y gente del barrio que ha salido a mirar la tragedia.

Atenta a lo que está pasando, se percata que su celular está sonando. Lo toma y contesta.

—Aló, Elisa –dice la chica, al tiempo que se toca la cabeza, avivando el dolor de la herida que tiene abierta—. No sabes lo que me acaba de pasar.

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora