Cap. 5 - Un secreto bien guardado (7)

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7

Dos policías empujan a Roberto Catalán al interior del auto, donde se encuentra Álvaro Capote.

—¿Cómo estuvo el viaje? –pregunta el millonario, quien lleva un pañuelo de seda rosado al cuello, para disimular la marca que le dejó Cecilia cuando intentó ahorcarlo con el cinturón. La marca en la mejilla, no la puede ocultar ni con grandes capas de maquillaje.

—¡Cojonudo! Así que esos policías eran tuyos –dice el español, sintiéndose un poco más aliviado.

—Claro que sí. Lamentablemente, fue necesario cambiar el plan original porque en este país hay muchos interesados en obtener la joya y yo no permitiría que la pusiéramos en peligro. Muy bien, me alegro que todo haya salido a la perfección. ¿La tiene con usted?

—No –responde el hombre.

El italiano emite una risa nerviosa, mientras su mano no deja de tiritar.

—¡Cómo que no! A qué se refiere.

—Usted comprenderá que yo no podía pasar el diamante así como así por aduana. Así que se lo metí en el vientre a una mujer necesitada de dinero.

—¿Y dónde está esa mujerzuela ahora? 

—Se iba a juntar con su asistente, don Álvaro –responde el mafioso—. Cuando vi que me tomaban preso, le ordené que fuera a por usted para hacer el traspaso. Así que usted mejor que nadie debería saber dónde está mi diamante.

La cara de Álvaro se desfigura. Lleno de ira, comienza a chillar, pegándole manotazos a todo lo que encuentra cerca suyo.

—¡Malditos ladrones! Se quedaron con mi diamante –grita el millonario, quien se da cuenta que Benjamín y sus Ases son los responsables de todo lo ocurrido. Por segunda vez, ve destruidas sus intenciones—. ¡Usted es un imbécil! Le acaba de regalar el diamante a unos estafadores de quinta categoría que no le darán un peso por su joya. En ese mismo momento, Álvaro jura que destruirá a Benjamín y a sus Ases cueste lo que cueste. Entonces, sin esperar más, saca una pistola de su bolsillo y le dispara a Roberto Catalán sin siquiera esperar que él diga unas últimas palabras. Un minuto de silencio se siente luego del disparo, siendo obstruido por música clásica que no deja de sonar en la radio del vehículo.

—¡Anda! –le grita el millonario a su chofer, quien obedece. 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora