"Nada sucede porque sí. Los caminos de la vida siempre saben adónde llegarán a parar y por eso, uno que es ignorante en cosas del futuro, sólo tiene que dejarse llevar. A veces para bien, otras veces para mal.
Quién hubiese imaginado que después de esa fatídica noche, nada volvería a ser igual. El tiempo pasa y se supone que las heridas sanan. Digo se supone porque mi herida todavía está abierta, ardiendo tanto o más que el primer día. Pero tengo muy claro cómo sanarla y pienso hacer todo lo que esté a mi alcance con tal de conseguirlo.
No tengo muchas ganas de entrar en detalles en este momento, pero en términos simples y concretos, sin utilizar eufemismos y palabras de caballero, en este momento de mi vida, lo único que necesito es... venganza."
1
Año 2004
Las sirenas de los autos policiales suenan cada vez más cerca del lugar. Junto al cadáver de Alejandra, una escultural colorina de ojos intensos vestida de policía, Benjamín y otras tres mujeres igual de hermosas que la difunta, esperan su destino final.
—Benjamín, por favor, dinos qué hacer ahora –pregunta Tamara, la morena, sin perder la calma.
—Vamos, ayúdenme a sacar a Alejandra de aquí –responde el líder del grupo, acercándose al cuerpo para tomarlo, mientras espera que las chicas lo secunden.
—¡Estás loco! –Grita Cecilia, la rubia—. No nos vamos a preocupar del cuerpo de Alejandra mientras la policía nos pisa los talones. Tenemos que salir de este lugar antes que nos atrapen a todas y terminemos en las mismas condiciones que ella. O peor, encerradas en la celda de una mugrienta cárcel estatal. ¡Ustedes saben a lo que me refiero!
—Lamentablemente, Cecilia tiene razón –agrega Elisa, la tercera chica, de pelo castaño—. Mejor tomemos el botín y huyamos mientras podamos. Hagámoslo por la memoria de Alejandra.
Se siente desesperación en el ambiente, las sirenas policiales se escuchan acercarse en el exterior y la banda de ladrones sólo espera un desenlace negativo. Cecilia toma una maleta llena de dinero que hay junto a ella pretendiendo escapar, siendo detenida por Tamara quien, sujetando el bolso con fuerza, hace volar cientos de billetes por los aires.
—¡Estúpida, mira lo que hiciste! –grita Cecilia, agachándose para tratar de tomar la mayor cantidad de billetes del piso, mientras Tamara la ayuda, arrepentida por lo que ocasionó.
—¡Te pensabas ir con nuestro dinero! –Agrega la morena, justificándose—. No creerías que te lo iba a permitir así como así.
—Yo no quería escapar –corrige Cecilia—. Sólo tenemos que salir de aquí antes que nos atrapen y pasemos el resto de nuestra juventud en una cárcel llena de delincuentes roñosos.
Benjamín se levanta del suelo, asustado. Por primera vez en todos los años que lleva en el negocio siente que la policía lo atrapará.
—Ya nos tienen –dice, realmente complicado, sintiendo latir su corazón a una rápida frecuencia—. ¡Ese maldito italiano! Vamos, corran, salgan de aquí.
—Pero... y tú –pregunta Cecilia complicada, al comprender que el líder no se moverá del lado de Alejandra.
—Yo estaré bien. ¡Corran y no dejen que las atrapen!
Cecilia se acerca al hombre, mirándolo fijamente con ternura. Él le responde con un beso en la frente y una sonrisa nerviosa.
—Cuida a tus hermanas. Ellas necesitarán de alguien con tu valor para que las guíe.
—Te lo prometo. Nunca las dejaré solas –responde la rubia, con una delicada sonrisa de inocencia.
Tras una última mirada, Cecilia se va en compañía de las otras dos mujeres, a quienes Benjamín no volvería a ver en mucho tiempo.
—Mis queridas Ases –dice para sí el líder de la banda, mientras las muchachas corren—. Regresaré por ustedes muy pronto.
Cuando ya está solo y no hay rastros de las tres féminas, la policía entra a la bodega, irrumpiendo en el lugar con violencia. —¡Manos arriba! –Grita el jefe de la misión, cumpliendo con su deber de policía. Con total decisión apunta su arma al delincuente que tiene al frente suyo. Parado, con el cuerpo de Alejandra a sus pies, Benjamín levanta sus manos. El líder de las Ases ha sido atrapado. No le queda más que rendirse.
—Ni se le ocurra moverse si no quiere que dispare –agrega el policía, con la voz agitada, antes de comenzar a recitarle sus derechos.
Sin escapatoria, lo único que pasa por la cabeza de Benjamín es el futuro de sus Ases. No le importa tener que pasar los tediosos juicios en tribunales ni tampoco tener que quedar como un delincuente frente al escrutinio público. Sólo le importan sus mujeres, a quienes de seguro algún día volvería a ver. Porque ellas, de todas maneras, estarán esperando por él para poner las cosas en su lugar.
Benjamín es esposado. Con la mirada perdida en el cuerpo de su As, ve cómo el tiempo pasa en cámara lenta.
"Y así fue como sucedió. ¿Mi condena? Ya no me acuerdo cuánto dijo el juez, pero para mí fue una eternidad. Lo peor es que el castigo ni siquiera fue por un delito que yo cometí. Les juro, en todo mi historial delictual jamás se ha incluido un homicidio. No me gusta matar. Lo único que te deja en las manos es sangre. Y la sangre ensucia. Qué poco conveniente para un caballero como yo.
La razón por la que me condenaron, la razón por la que estuve tras las rejas más de diez años fue el homicidio de Alejandra, mi querida As de diamante. Delito del cual me declaro inocente. El culpable... yo sé muy bien quién es el culpable y ante la ineficacia de la justicia en este país, yo tendré que encargarme personalmente de que el asesino pague por su delito. Eso es lo único que me importa en este momento."
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Ases y los cuatro diamantes
AventuraDiez años después de caer en una trampa que lo puso tras las rejas por un delito que no cometió, Benjamín, líder de una banda de ladronas de fama internacional conocidas como Ases, regresa para vengarse del italiano, un millonario responsable de sus...