Ases y los cuatro diamantes

Cap. 11 - Caminos separados (3)

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No, si Daniel no puede haber desaparecido así como así. Me dijo que se iría conmigo al sur y que tenía todo listo. No puede ser que se haya ido sin mí, y más encima, que no me conteste el teléfono. No tiene sentido. Además, ¿Por qué hace semanas atrás llegó tanta gente vestida de negro a la casa de mi vecina? A eso, sumándole el hecho de que Elisa no dice ser quien realmente es.

Magdalena tiene todas las razones para pensar que su amante está enterrado en ese patio.

Cavando un nuevo hoyo en el patio de Elisa, se da cuenta  que las luces se encienden de un momento para otro. Pero ya es suficiente. En el piso logra ver el rostro pálido de un cadáver que la hace gritar y caer al piso. Tras sus espaldas, Elisa aparece de la nada.

—¿Qué se supone que estás haciendo aquí, Magdalena?

La copuchenta mujer se arrastra por el suelo, mientras el As la mira con total tranquilidad.

—¡Tú mataste a Daniel!

—No, eso no es así. Por favor, déjame explicártelo –dice Elisa, sin inmutarse.

—¡No me mientas! Yo sé quién eres –exclama Magdalena—. Tú eres una de las Ases de Benjamín.

Elisa se sorprende al escuchar esas palabras de la boca de su copuchenta vecina.

"¿Cómo supo esta vieja de las existencia de las Ases y de Benjamín? Es imposible que se haya enterado de eso espiando por la ventana."

—¿Cómo dices?

—Yo conozco a Benjamín mucho antes que tú –explica la mujer parándose del suelo—. Yo con él estuvimos en una banda de ladrones llamada los Alfiles.

—¿Tú eres... ladrona? –pregunta Elisa, al escuchar algo que jamás se imaginó.

—Igual que tú, mi linda.

Las caretas se caen. Elisa y Magdalena están hablando sin tapujos.

—Está bien, lo reconozco. Sí, soy ladrona –dice el As—. Pero debes creerme que yo no maté a Daniel. Yo lo amaba, al igual que tú.

La rubia sonríe. Las dos mujeres se miran por un instante, incómodas. Magdalena observa el rostro de Daniel bajo la tierra, espantada decide mirar hacia otro lado.

—¿Por qué... por qué no entramos para conversar más tranquilamente?

—¡Bueno! –exclama nerviosa la rubia, comenzando a llorar—. Creo que tienes mucho que explicarme. Tú sabes perfectamente que yo amaba a Daniel y que pensaba formar una familia con él.