Cap. 5 - Un secreto bien guardado (5)

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5

Amalia y Elisa se disponen a salir de su casa para llevar a cabo su misión en el aeropuerto. Silenciosas, tratan de no despertar a Daniel, quien todavía duerme en el segundo piso. Por lo menos eso creen, porque el hombre se levanta de la cama y comienza a mirar por la ventana lo que hace su mujer. Sabe que algo oculta, sabe que algo no está bien con esa monja que ya no usa hábitos.

Una vez que las mujeres van a cerrar la puerta de salida, Amalia siente que alguien la toma por la espalda, botándola al suelo. Asustada, Elisa gira su cuerpo, dándose cuenta de quién se trata.

—¡Teresa! –Exclama Elisa, sorprendida.

—¡Así que este es tu escondite, maldita ladrona! –le grita a todo pulmón Teresa a Amalia, quien intenta incorporarse sin entender mucho lo que ocurre.

—¡¿Qué estás haciendo aquí?! –pregunta la colorina, intentando no levantar mucho la voz para no despertar a Daniel, quien no deja de inquietarse por lo que está ocurriendo en la entrada de su casa.

—Te podrás haber escapado una vez, pero no lo volverás a hacer. Este es el fin de tu jueguito, Amalia –dice Teresa, poniendo una esposa en la muñeca de la estafadora que la amarra a su propia muñeca, quedando unidas—. ¡Me las vas a pagar!

—¡Shh! No grites –dice nerviosa Amalia—. Vas a despertar a los vecinos.

—¡Que despierten todos! Para que sepan qué clase de monja tienen viviendo en este condominio. A una ladrona homicida. 

Ninguna de las dos Ases se imagina lo que ocurrirá, pero sienten temor. Amalia trata de zafarse de las esposas, sin que lo consiga. Mientras que Daniel comienza a vestirse rápidamente para ver de una vez por todas en qué está metida su señora.

—¡Loca, no la puedo abrir! –le grita Amalia a Teresa.

—¡Parece que es muy temprano para que tus neuronas funcionen! La idea es que no puedas escapar –dice entre risas Teresa—. Porque ahora nos iremos directo al lugar donde tienes escondido mi dinero, de lo contrario, me obligarás a recurrir a la policía –agrega la rubia, unida a Amalia por las esposas.

—¡Por qué me haces todo esto ahora! –grita la colorina.

—Porque enamoraste a mi marido y luego lo mataste, para quedarte con todo su dinero. ¡Destruiste a mi familia! –Agrega la despechada mujer, a punto de llorar—. Yo creí en tus palabras cuando llegaste a mi casa pidiendo trabajo, mugrienta.

—Lo siento, de verdad, pero suéltame. Te juro que después te llevo donde quieras, pero ahora necesito hacer algo que es de vida o muerte.

Teresa comienza a reír, ante la mirada nerviosa de Elisa quien no deja de mirar hacia su casa esperando que su marido no haya despertado, mientras piensa cómo ayudar a su amiga. Por otra parte, sabe que deben llegar al aeropuerto antes de aterrizar el avión o todo saldrá igual que la primera vez, desastrosamente.

—Amalia, qué hacemos.

—Ándate tú, traten de hacer lo que puedan sin mí –dice la chica a su compañera, sabiendo que se encuentra en una situación sumamente difícil.

Elisa mira a su amiga. Por un instante piensa en utilizar la violencia, pero eso podría alertar a los vecinos y a su marido. No, lo mejor es no armar más escándalo. Mientras tanto, Daniel escucha la conversación detrás de la puerta de entrada de la casa.

—¡Estás loca que te voy a dejar sola! ¡Quizás te mate!

—En eso tiene razón tu amiguita –dice Teresa, irónica—. Aunque prefiero verte tras las rejas, para poder ir a visitarte a la cárcel donde, sin lugar a dudas, sufrirás las penas del infierno.

—¡Elisa, ándate!

La mujer duda un instante, pero al ver que Amalia parece poder controlar la situación, decide partir.

—Por favor, cuídate –dice antes de partir el As, quien todavía no está del todo segura de desamparar a Amalia a su propia suerte.

La mujer, temerosa, se va corriendo, dejando a su amiga junto  a Teresa, unidas con las esposas.

—¿Ella sabe la clase de persona que eres?
—Es mi amiga –responde Amalia—. ¿Qué crees?
—Entonces me queda claro que debe ser de la misma clase de mosca muerta que tú.

Amalia sabe que calmándose encontrará alguna solución a su problema. Pero su ira es más fuerte. Juntando saliva en su boca, le lanza un escupitajo en el rostro a Teresa. La despechada mujer siente que la asesina de su marido una vez más la está humillando, por lo que no está dispuesta a dejar esta situación así. Llena de ira arrastra a la mujer hasta su auto, pese a la resistencia de Amalia. En tanto, Daniel, escondido detrás de las cortinas del primer piso, no puede creer todo lo que acaba de escuchar. Las palabras de esa desconocida en contra de la monja lo llenan de temor. A quién metió en su propia casa. Quién es la amiga de su mujer. En qué está metida Elisa.

—Para dónde me llevas –pregunta Amalia a la mujer del hombre que tiempo atrás estafó.

—Tú decides –responde Teresa—. Al lugar donde está mi dinero escondido o a la policía.

Estando las dos mujeres arriba del auto, Teresa acelera, alejándose por la calle que se encuentra completamente vacía, Daniel abre la puerta de la casa sintiendo una oleada de frío que congela su rostro. ¿Dónde está su mujer en este momento? 

Ases y los cuatro diamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora