We'll meet again [3]✨

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Donde Volkov y Horacio se conocen en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

(Basado en el reto de multimedia)

Parte final (cosas bonitas).

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Con la mano derecha lee y relee obsesivamente la dirección escrita en el trozo de papel, como si pudiera olvidársele, como si no la hubiera mirado cientos de miles de veces durante esos últimos dos años, como si no se supiera de memoria hasta cada trazo de la caligrafía perfecta de Volkov.

Con la mano izquierda sujeta la manita de Gaya mientras recorren las calles, enfundados en ropa de invierno cálida hecha por la madre de Horacio, la abuela de Gaya.

—Tengo frío —repite la niña. Ya ha cumplido los ocho años, pero sigue siendo bastante bajita y delgada para su edad, consecuencia de haber vivido una guerra. Horacio ha hecho todo lo posible para que estuviera lo mejor alimentada posible, habría dado su vida de ser necesario, pero a veces era simplemente imposible. Aún así, cuando la ve, no puede evitar sentirse terriblemente culpable y desear, con todas sus fuerzas, que todo vaya bien durante los próximos años, porque una niña tan pequeña no merece más sufrimiento. Y él tampoco.

—Ya estamos llegando —responde. Gaya se suelta de la mano de Horacio para levantarse el gorro, que le queda demasiado grande y casi le roza los párpados, y Horacio se tensa al momento. Han pasado algunos meses desde que oficialmente se puso fin a la guerra, pero esa sensación de peligro constante, ese impulso de no soltarle la mano nunca a su niña por si acaso, no va a desaparecer, pasen los años que pasen.

A Horacio le costó un poco decidir ir a Rusia, tal y como le prometió a Volkov que haría. No había dejado de pensar en él, pero, dos años después, no sabía si sería la mejor opción. Nada le aseguraba que Volkov no se hubiera olvidado de él. Quizás ya tenía una familia, y lo que menos deseaba era reabrir heridas del pasado. Pero, al mismo tiempo, Horacio sentía que necesitaba cerrar esa etapa. Todo había acabado tan rápido como había empezado, y necesitaba sentarse al lado de Volkov, solos y tranquilos, durante unas horas para poder hablar de todo lo que les había pasado esos años separados.

Y para hablar de lo que había significado aquella última noche antes de separarse.

—Estoy cansada. Me duelen las piernas —protesta la niña, y Horacio opta por subirla sobre sus hombros y llevarla a caballito. Lo cierto es que han caminado mucho. La dirección que Volkov le dio está bastante apartada de la ciudad. "¿Y si se ha equivocado?". "¿Y si ya no vive aquí?".

"¿Y si no quiere verme?"

—¿Estás nervioso? —pregunta Gaya. Horacio se ha ido dando cuenta con el tiempo que, a pesar de ser tan pequeña, se entera de todo lo que sucede a su alrededor. Es muy inteligente y, sobre todo, muy empática. Entiende las emociones ajenas muy fácilmente, y sabe lidiar con ellas de una manera muy madura para su edad. Y Horacio se siente un poco orgulloso, porque es probable que sea gracias a él, a lo bien que la ha educado en ese sentido, y a cómo se ha esforzado siempre en enseñarle a ser una persona respetuosa y sensible. Gaya no se guarda nunca sus emociones, Horacio le ha enseñado a lidiar con los celos, la tristeza y la ira, y, a pesar de no haber visto en muchos años a ningún otro familiar más que a su tío y su abuela, jamás ha estado falta de cariño.

—Si, princesa —por esas mismas razones, tampoco Horacio le miente o le oculta sus emociones. No le ha contado que Volkov para él era más que un amigo, pero sospecha que tampoco le haría falta hacerlo. Que Gaya lo entendería sin necesidad de demasiadas explicaciones, y que se lo tomaría como algo natural—. Ha pasado mucho tiempo.

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