Cap.2 "Somos hermanos".

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Al día siguiente, Bernarda nos despertó para desayunar a las ocho de la mañana. Tuve que hacer un esfuerzo descomunal para levantarme por mi propia cuenta, pues estaba acostumbrado a que mamá me despertara con movimientos de hombros, tuviese mi ropa preparada e incluso a veces si estaba muy dormido, me pusiera las zapatillas mientras aún estaba acostado.

Me coloqué desodorante, perfume y tomé mi cepillo de dientes junto con el de cabello para bajar por las escaleras. El baño estaba desocupado y me alegré de no tener que esperar. Cinco minutos después de dejar mi cepillo en mi cuarto, volví a bajar pero esta vez hacia la cocina.

Lo primero que pude ver fue a Renata sobre una silla de bebé. Tenía un biberón con lo que parecía ser leche frente a ella, pero sus dedos jugaban con una pasta en un recipiente, lo cual me decía que no era un juguete, si no su desayuno.

En la mesa, ya estaba la niña sentada. Ella solo levantó un poco su cabeza y me miró. Me dio la misma sonrisa que el día anterior y se la devolví. Me acerqué a sentarme junto a ella, pues se veía sola.

—Buen día, Nathan —saludó Bernarda—. ¿Cómo dormiste? —preguntó con una sonrisa.

La imagen de mi mismo durante la noche apareció en mi mente. No pude dormirme hasta después de estar tres horas acostado mirando el techo, preguntándome si en algún momento me acostumbraría a esa cama. Pero no iba a decirle eso.

—Muy bien, gracias —le respondí con una pequeña sonrisa.

—Café, ¿cierto? —preguntó otra vez y le esbocé una sonrisa más grande, agradeciendo que lo recordara.

—Si, por favor —pedí encogiéndome en mi lugar, porque la niña a mi lado no dejaba de mirarme. Parecía sorprendida de que me acercara tanto.

—Té para ti Irina, ¿verdad? —habló Bernarda otra vez.

Miré a la niña, Irina al parecer y ella se giró al oír su nombre. Asintió con la cabeza, sin decir nada. Parecía tener miedo de hablar, o de decir algo que estuviese mal.

—Tranquila Irina, Nathan es como tú. Él no va a hacerte daño, lo prometo —dijo la mujer, como si ya se lo hubiese dicho en algún momento.

Colocó una taza frente a ella, una para mi y un pequeño plato con galletas en el centro de la mesa. Un pequeño frasco de azúcar y nos dio dos pequeñas cucharas.

—Es más, ustedes llegaron casi al mismo tiempo. Pueden apoyarse uno en el otro para no estar solos.

Irina y yo nos miramos y nos sonreímos sin dientes mutuamente. Bernarda tenía razón, podía llegar a ser una buena compañía.

—Ay, estos niños que siguen durmiendo. Voy a tener que subir por ellos. ¿Podrían vigilar que Renata no tire su biberón al suelo? Si lo hace, no se lo devuelvan, solo dejen que llore —explicó antes de salir de la cocina.

—Si —apenas susurró ella.

—No hay problema —le hice saber más fuerte y desapareció de la sala.

Irina tomó la cuchara y se sirvió unas cuantas cucharadas de azúcar. Me extendió el frasco y lo tomé para copiar su gesto.

—Eres Nathan, ¿verdad? —se animó a preguntar y levanté mi vista a ella, sorprendido de oír su voz más fuerte.

—Si, tu eres Irina —afirmé para verla asentir con la cabeza—. ¿De dónde eres? —le pregunté por curiosidad.

Parpadeó un par de veces, como si no supiese la respuesta y dejé de revolver mi café para mirarla atento.

—Yo no —balbuceó un poco y carraspeó su garganta—. No sé de dónde soy exactamente, pero hasta hace tres días, vivía en Palisade.

—¿Dónde es eso? —pregunté sin saber en dónde quedaba.

Controversia (Saga completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora