Capitulo. 52

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El continuo sonido del reloj martillaba mi cabeza a medida que pasaba el tiempo, los minutos se me hacían eternos y al mismo tiempo demasiado cortos, frustrado y con los nervios palpitando en mi cabeza, decidí deshacerme del molesto objeto bajándole de un manotazo de la pared.

Los acuosos ojos de aquella muchacha a la que apenas y conocía captaron mi atención, la pobre parecía deshacerse en lágrimas desde hacía horas y como una viuda, permanecía apegada a un viejo rosario que apretaba entre sus dedos mientras murmuraba un sinfín de oraciones.

— Señor Stephen. — Llamó de pronto el médico clandestino, al que por suerte habíamos acudido a tiempo.

Sentí mi corazón saltar y con un nudo en la garganta me acerqué a él, ignorando por completo la mirada de la morena; pues sabía que tan solo un segundo me bastaría para que aquellos sentimientos que luchaba por reprimir, se liberasen enloqueciéndome.

— ¿Cómo se encuentra? — Pregunté. El olor a sangre inundaba el lugar y desde mi posición podía ver los retazos manchados que en un intento desesperado decidimos utilizar para detener la hemorragia del chico

Salir de aquel barrio de mala muerte con Thomas seminconsciente fue una verdadera pesadilla. Aún podía sentir la adrenalina recorrer mi cuerpo haciéndome temblar... De algún punto saqué la fuerza suficiente para poder arrastrarle todo el camino hasta las afueras, ni siquiera recordaba haber seguido alguna calle en específico, a decir verdad, de no haber sido por la ayuda de aquella muchacha, no habríamos logrado huir a tiempo. Incluso tras largas horas de lo sucedido, seguía sin poder asumir lo que había hecho... Pero sin duda, en aquellos momentos la salud de Thomas era más importante que cualquier desvarío de mi mente.

— Vivirá. — Las palabras del médico lograron dispersar la horrible tensión que nos envolvía en aquella pequeña habitación. — Perdió bastante sangre. Pero la herida no fue letal. Sin embargo, en cuanto recupere sus fuerzas, lo mejor será llevarle a un hospital. Pueden quedarse aquí hasta el amanecer, eso le dará tiempo a recuperar la consciencia.

La muchacha no tardó en levantarse del sofá y por un segundo creí que correría al lado del chico; sin embargo, sus propios temores le hicieron detenerse y pacientemente me observó esperando mi permiso. Era astuta y cautelosa, pero al mismo tiempo no había dejado de temblar desde el momento en que llegamos a la casa del doctor. Me repugnaba la sola idea de los maltratos que debió recibir para aprender a comportarse como un animalito herido a esperas de las sobras de su amo.

— Entiendo. Muchas gracias por su ayuda. Le ha salvado la vida... — Murmuré, aún sin poder creerme todo lo que había ocurrido. — Quizás pueda considerarlo excesivo, pero ¿Podría permitirme hacer una llamada? Le prometo que pagaré bien su ayuda.

El médico me observó detenidamente un par de segundos, ciertamente, en aquellos momentos mi ropa no hacía gran alarde de mi posición; pero, aun así, terminó por asentir y me hizo una seña para que le siguiese; debía contactar al señor Roland cuanto antes. No sabía si mis acciones podrían causar grandes problemas, la condición de Thomas no era buena y luego estaba el hecho de que ni siquiera sabía dónde nos encontrábamos. La morena nos había guiado hasta un grupo de casas que sin duda lucían mejor que las de aquel horrible lugar, al parecer ella conocía muy bien la zona y no dudo en golpear la puerta del doctor en busca de su ayuda. Thomas estaba vivo gracias a su rápido actuar. La sangre del muchacho aún permanecía sobre mi ropa y solo mirarla me provocaba escalofríos, estuvo demasiado cerca...

Por supuesto, tal desastre pilló desprevenido al pobre señor Roland, a quien parecía haberle despertado en medio de la noche; sin embargo, al escuchar lo sucedido, este no dudo en ordenar a sus empleados preparar lo que necesitaríamos para salir de allí. Tenía mucha suerte de contar con él y todo se lo debía a Edward.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora