Capitulo. 1

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Tarareaba tranquilamente aquella vieja canción que solían cantar las personas del pueblo. Perdida en la letra de la pegajosa melodía, me encargaba de arreglar las camas de los más pequeños, era una mañana tan tranquila que tenía decidido aprovechar aquella extraña paz para realizar mis tareas. ¡Tal vez incluso lograse tener la tarde libre!

Pero de pronto unos gritos me sacaron de mis pensamientos...

Ya decía yo que había demasiada paz.

Pero no podía perder el tiempo quejándome, y abandonando mis tareas corrí lo más rápido que me permitían las piernas hacia el jardín de nuestra pequeña casa, como de costumbre, encontré a los pequeños aglomerados junto al gran árbol que había junto a nuestra casa y no tarde en divisar a dos pequeñas arañas que trepaban a toda velocidad hacia la copa de aquel viejo Samán. Dos de mis hermanos, los mayores y los que se supone deberían ser los más responsables del pequeño grupo de diablillos, trepaban sin fijarse siquiera en el peligro que corren.

— ¡Jacob! ¡Harry! ¿Qué creen que hacen? Bajen ahora mismo. — Les grité en el intento de que por una vez me obedeciesen.

Harry, el mayor con quince años, era todo un rebelde; y como esperaba, no hizo más que enseñarme la lengua antes de seguir su carrera, su largo cabello negro parecía relucir con el sol meciéndose violentamente con el viento, temía tanto que aquello pudiese entorpecer su vista y terminase cayendo. Jacob, quien es un año menor, dudó, pero aun así siguió a su hermano ignorándome. No era la primera vez que hacían algo así y no era la primera vez que les regañaba por ello.

¡Vaya par!

— ¡Gane! Te gané Harry — Gritó el menor desde la cima y los pequeños no tardaron en celebrar a mí alrededor.

— Has hecho trampa. — Se quejó el otro.

— ¡Bajen ahora mismo! — Volví a gritar harta de que me ignorasen.

Ambos me miraron entonces, Harry, con su típico gesto de felino enjaulado, terminó por bajar de un impecable salto que fue ovacionado nuevamente por los pequeños y satisfecho no tardó en mirarme con superioridad, Jacob por otro lado, no pudo ocultar una mueca de susto y terminó por bajar con más cautela para mi alivio. Nada más tocar el suelo les di un coscorrón a cada uno.

— ¡Aburrida! — No tardó en chillar Harry.

— ¿Aburrida? ¿Qué harías si ellos te imitan y se lastiman? — Le reñí señalado a los pequeños. Son los mayores y el ejemplo de los demás — Agradece que mamá no esté aquí — Sentencie, molesta de sus travesuras.

— Lo sentimos Naomi, seremos más cuidadosos. — Susurró Jacob a su lado, ganándose una mirada asesina de su hermano.

Conociéndolos como los conocía, estaba más que consciente de que no tardarían en hacer otra de las suyas y como no estaba dispuesta a seguir perdiendo saliva en regaños que les entrarían por un oído y les saldría por el otro, les empujé hacia la casa al tiempo que anunciaba su castigo en el intento de evitar nuevamente que volviesen a hacer alguna locura que los pusiera en riesgo.

— Vamos, a desayunar todo el mundo. Jacob y Harry pondrán la mesa y se encargarán de limpiar los platos.

Ambos me miraron con ganas de reprochar, pero por suerte mi gesto bastó para hacerles callar, me hicieron correr y estaba lo suficientemente enojada como para aumentar una semana más su castigo; los pequeños, sin inmutarse por el regaño que se ganaron sus hermanos, ni el enojo que llevaba encima, corrieron a la casa con una sonrisa mientras gritaban por el desayuno seguidos de un enojado Harry y un arrepentido Jacob. ¡Me volverían loca! Pero a pesar de todo... Sabía que no eran más que niños, como en algún momento yo lo fui. Fui presa de la nostalgia al detenerme antes de entrar a casa, el gran árbol parecía relucir ante mis ojos mientras los recuerdos pululaban por mi mente... Atrás quedaron los días donde jugaba bajo lluvia, nieve o sol; trepaba árboles y perseguía a las gallinas.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora