Capitulo. 57

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Desde aquella habitación, aislada del resto del mundo, podía escuchar la elegante música de la orquesta, personas que nunca en mi vida había visto danzaban por el jardín magníficamente decorado; el banquete era capaz de olerse desde allí y las rosas blancas adornaban cada rincón de la mansión Stephen. Todo era perfecto, ni un solo error... Una boda de cuento de hadas.

Elizabeth me envidiaría si pudiera verme... Tres muchachas se encargaban de prepararme, el despampanante vestido lo requería, una de ellas anudaba las citas, otra trenzaba mi cabello y la última maquillaba mi rostro; la habitación olía exquisitamente gracias al cúmulo de flores enviadas por los invitados, enormes cajas de obsequios varios habían sido apiladas a un lado de la cama y las cartas de felicitaciones terminaron formando una pequeña montaña sobre la cómoda a mi lado...

Pero lo odiaba.

No podía sentir más que odio y rabia hacia todo aquello. Odiaba el vestido, odiaba las flores, odiaba la ceremonia. Me repugnaba cada palabra de felicitación, cada movimiento de las personas a mí alrededor, las miradas... Sentía mi corazón romperse con cada segundo que pasaba.

Un ligero toqué en lDesde aquella habitación, aislada del resto del mundo, podía escuchar la elegante música de la orquesta, personas que nunca en mi vida había visto danzaban por el jardín magníficamente decorado; el banquete era capaz de olerse desde allí y las rosas blancas adornaban cada rincón de la mansión Stephen. Todo era perfecto, ni un solo error... Una boda de cuento de hadas.

Elizabeth me envidiaría si pudiera verme... Tres muchachas se encargaban de prepararme, el despampanante vestido lo requería, una de ellas anudaba las citas, otra trenzaba mi cabello y la última maquillaba mi rostro; la habitación olía exquisitamente gracias al cúmulo de flores enviadas por los invitados, enormes cajas de obsequios varios habían sido apiladas a un lado de la cama y las cartas de felicitaciones terminaron formando una pequeña montaña sobre la cómoda a mi lado...

Pero lo odiaba.

No podía sentir más que odio y rabia hacia todo aquello. Odiaba el vestido, odiaba las flores, odiaba la ceremonia. Me repugnaba cada palabra de felicitación, cada movimiento de las personas a mí alrededor, las miradas... Sentía mi corazón romperse con cada segundo que pasaba.

Un ligero toqué en la puerta llamó entonces mi atención y para mi sorpresa fue Aiden quien se internó en la habitación. La mirada del pequeño recorrió el lugar con cierta molesta y forzando una sonrisa, se acercó a mí.

— Naomi. — Me llamó, su voz resultó más leve de lo habitual. — Tienes una carta.

El ligero sobre de papel consiguió darle un vuelco a mi corazón, me temblaron las piernas y quise derrumbarme de una vez por todas. Pero en lugar de ello, decidí tragarme mis sentimientos y apartándome de las muchachas, tomé la carta en mis manos. Había anhelado por semanas el ver su caligrafía en el blanquecino papel, leer sus palabras que sabía eran escritas con el corazón. Sin embargo... La carta no pertenecía a Andrew, no existía un príncipe que me salvase de aquel horrible destino, en su lugar Eleonor llenó el papel de su más pura desesperación, parecía que a medida que escribía iba reflexionando ella misma sobre mis acciones. Por suerte mi Tomatito gruñón aceptó seguir mis indicaciones y evitaría volver a New Hope, en su lugar cuidaría de Harry, quien ya se encontraba en camino a New York para asistir a la escuela militar.

El momento de nuestra despedida permanecía en mi memoria como un mantra que me daba fuerzas para continuar.

— Tengo miedo... — Susurró mi hermanita cuando el sol nos encontró despiertas aquella mañana. Elizabeth descansaba sobre mi pecho mientras ambas nos sumíamos en nuestros propios pensamientos. Su confesión logró estremecerme, después de todo seguía siendo una niña consentida.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora