Capitulo. 7

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Regresar a casa del abuelo no fue fácil... Supongo que por primera vez en mi vida me di cuenta de lo poco que realmente conocía a mi pequeño hermano, era la única persona a quien consideraba cercano, y aun así no tenía idea de cómo reconfortarle. Su silencio me arrebataba el aliento y me torturaba buscando algo que decirle, pero ni siquiera era capaz de entender sus sentimientos; como envidiaba a aquellas personas que con solo observar un ligero gesto eran capaces de descifrar las aflicciones de los demás.

— Lamento haber escapado. — Y una vez más, fue mi pequeño hermano quien tomo la batuta en nuestra relación.

— Me diste un gran susto, pensé que no te encontraría. — Decidí ser sincero, debía protegerle, no aislarle. — En cuanto lleguemos un doctor revisara tu pierna. — Su cojera no me gustaba; sin embargo, él solo asintió en silencio aumentando mi temor por perder su ya escasa confianza. — Aiden... Si no quieres ir a casa del abuelo está bien. Podemos hospedarnos en la ciudad. Sé que decidí por ti al traernos aquí...

— No... Al abuelo no le gustaría. — Susurró, aun sin mirarme.

Realmente no sabía qué decirle. Sin duda las cosas eran más fáciles en Londres... Quizás había cometido un enorme error. Sin más, regresamos en completo silencio a la mansión; Aiden se internó en la casa en cuanto le baje del caballo y supe que no tendría oportunidad de pensar en algo que le hiciese sentir mejor, pues un médico debía revisarle y yo debía ocuparme de devolver los corceles. No quería dejarle solo, pero no tenía opción.

La tarde cayó sobre mí como un yugo horriblemente pesado, no había comido nada en todo el día y, sin embargo, lo que más ansiaba era una botella de whisky. Entrar a aquella casa resultaba tan lúgubre y agobiante que realmente prefería incluso dormir en el jardín... O tal vez, en otra parte.

— ¿Existe algún lugar en este pueblo donde sirvan alcohol? — El mozo de cuadra alzó la vista dubitativo, intentaba parecer amable, pero por lo visto el huracán Abraham ya se había encargado de aterrorizar a todos los empleados de ese lugar.

— Antes había un bar a las afueras de pueblo... Supongo que aún sirven alcohol. — Alcanzó a susurrar.

Eso me bastaba. Me remordía la consciencia el dejar a Aiden solo dentro de la casa que tanto miedo parecía darle... Pero ya nada podía hacer por él, seguramente querría estar solo, cenaría y tras una revisión del médico se iría a dormir. Además, liberarme de tanta tensión podría aligerar mis pensamientos y ayudarme a hablar mejor con mi hermano. Así que en cuanto el contrariado chico me dio una dirección, partí camino a las afueras del pueblo.

Grande fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que aquel hombre no me envió a un bar como al que yo estaba acostumbrado, me esperaba un lugar donde la música se escuchase incluso desde fuera, con lámparas brillantes y paredes empapeladas de propaganda; pero en lugar de una enorme barra repleta de personas alegres, una pista de baile y juegos de cartas y dardos, termine topándome con una casona similar a aquellas casas apiladas y poco espaciosas de Londres, donde apenas un pequeño negocio contaba con luces, una barra minúscula y un espacio repleto de mesas. Cuanto extrañaba el bar de Pocket.

— Bienvenido. — Saludó una mujer desde la barra. — ¿Qué te sirvo, cariño? — Preguntó.

Su aspecto sin duda era muy diferente a lo que esperaba, vestía de forma recatada y su rubio cabello permanecía atado en un apretado moño, se veía mayor y atendía alegremente al par de hombres que parecían haberse desplomado sobre sus propias bebidas. Un poco descolocado me acerqué al asiento disponible, sin duda esperaba algo muy diferente...

Bueno, de un modo u otro, ya estaba allí. Pero en cuanto abrí la boca para responderle, un hombre con demasiadas cervezas encima se levantó de una de las mesas y entre tambaleos cayó sobre mí. Su brazo rodeó mi cuello en un instante, como si fuésemos amigos de toda la vida, y con cerveza en mano apuntó a la cara de la mujer.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora