Capitulo. 60

2 1 0
                                    

No entendía dónde estaba, ni que estaba sucediendo a mi alrededor o siquiera conmigo mismo. Un hombre venía cada día y me daba de beber algún líquido extraño, pero lo suficientemente amargo como para saber que no quería tomarlo. Mi mente no encontraba su lugar, tan solo deambulando entre pensamientos tontos y recuerdos difusos. La comida me era insípida y la compañía de aquella chica, sumamente extraña.

En mis pequeños momentos de lucidez era capaz de comprender lo que estaba sucediendo, me estaban usando... Querían que Dalia se embarazase para obligarme a casarme con ella. Intentaban confundir mi mente con relaciones íntimas, besos frívolos y caricias que de otro modo aborrecería. Me había quitado toda voluntad, no podía pensar con claridad y toda idea de escapar se perdió entre desvaríos provocados por ellos.

El hombre al que apenas reconocía su borroso rostro, venía diariamente y me hacía la misma pregunta.

— ¿Aceptarás casarte con mi hija?

— No...

Naomi era mi única ancla al mundo real, su voz permanecía en mi cabeza como una luz que me permitía pensar lo suficiente como para negarme. No iba a casarme con Dalia, aunque eso significase mi libertad, no iba a tomarla por esposa aunque se embarazase, prefería ir a la cárcel o ser odiado por la sociedad. No la amaba y no podría amarla jamás, pues mi corazón ya estaba ocupado por Naomi y eso no cambiaría.

— Naomi... — La llamé por enésima vez, podía escucharla, sentirla tan cerca. Pero tan solo eran vestigios de mi imaginación.

Quería volver a New Hope, al único lugar que podía considerar un intento de hogar. A veces me preguntaba cómo estaría Aiden, seguramente luchaba contra su propio infierno al lado de Abraham. ¿Y Edward? Tal vez ya sabía de mi desaparición... Tenía la esperanza de que en algún momento apareciese para sacarme de allí.

— Déjame ir... — Le pedí a Dalia en uno de esos raros momentos de poca lucidez, me dolía la cabeza a horrores y la habitación parecía dar vueltas a mi alrededor. La muchacha me había empujado hacia la mesa que en algún momento trajeron para nosotros. La comida estaba servida, pero no quería ni probarla.

— Sabes que no puedo hacer eso. — Suspiró ella mientras me ofrecía una cucharada de caldo humeante. — Come, necesitas mantenerte fuerte si no piensas salir de tu terquedad.

— No me casaré contigo aunque me maten de hambre. No te amo.

— Lo sé. Lo has repetido un centenar de veces. — Se quejó ella, Dalia tenía unas ojeras terribles y parecía tan cansada como yo, su cabello había perdido el brillo y su rostro se volvía cada vez más pálido. — Pero en el pasado solías hacerlo...

— No te quiero. — Repetí y en un brusco movimiento me alejé de la mesa.

Mis pies trastabillaron al no tenerla para apoyarme, me estaba enloqueciendo en ese lugar. No quería ni verla; me asqueaba la sola idea de lo que estábamos haciendo, me odiaba por no poder negarme, por no tener la fuerza suficiente para alejarla. Amaba a Naomi y sabía bien que la estaba traicionando. La sola visión de mi cama totalmente revuelta me provocó arcadas y sentí como mi corazón se estrujaba dolorosamente.

— ¿Por qué no solo aceptas? Esta tortura se terminaría de una vez por todas... — Espetó ella, aburrida de cuidarme, se dispuso a comer mientras me observaba deambular por la habitación como un loco en busca de alguna salida imaginaria. — No es necesario que me ames. Con dar el sí, serías libre. Ningún matrimonio se da totalmente por amor.

— No.

— Mi padre estaría feliz de casarme con un Stephen, tu madre te dejaría en paz y ambos podríamos llegar a un acuerdo. — Propuso ella. Pero al ver que ni siquiera me digne en escucharla, se levantó y con una mueca de pena se acercó a mí. — Podrías llegar a perdonarme, Andrew, sé que puedo hacerte feliz.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora