Cualquiera pensaría que la felicidad reinaría en nuestros corazones en cuánto pisásemos las tierras de nuestro hogar; sin embargo, una sensación extraña nos arropó cómo las nubes grises en un día demasiado soleado. Regresar a casa se convirtió en una situación agridulce, pues en poco tiempo la estadía en la mansión Stephen logró cambiar una parte de cada uno. Nuestra acostumbrada rutina en que no me separaba de mis hermanos en todo el día, ahora era muy diferente; la parlanchina Bell, que siempre era la última en despertarse, ahora apenas y la veía unos minutos en las mañanas antes de que se marchase con Jane al pueblo para asistir a sus ansiadas clases de Ballet, mientras la mayor trabajaba arduamente con la señora Brown en la apertura de la nueva pastelería; Lineth y Charly quienes solían pelear día y noche a causa de sus personalidades tan distintas, ahora colaboraban amistosamente en sus estudios bajo la supervisión de Jacob. Los tres se estaban esforzando mucho en alcanzar a Aiden quien no dudo en reunirse con ellos cada tarde para estudiar... Quien pensaría que el salón podía ser tan silencioso con esos cuatro presentes. Por su parte, Harry se ocupaba casi en su totalidad de las granjas, era listo y había asumido muy bien sus nuevas labores; y los pequeños eran cuidados por la abuela Russo casi todo el día, por lo que Elizabeth y yo no teníamos gran cosa para hacer.
Los días pasaban y la rutina nos sumía al punto en que ya ni siquiera sabía si era lunes o jueves... Tras la primera semana de enloquecer en el nuevo silencio que sumía nuestro hogar, decidí ocuparme de algunas de las responsabilidades de Jane en el intento de llenar mi mente de algo más que solo mis pensamientos. Extrañaba a Andrew con locura y lo único que lograba alejar los malos pensamientos eran sus cartas, las palabras tan hermosas que me escribía, pero que al mismo tiempo parecían ocultar tanto... Le quería demasiado como para negarlo y no podía sacar de mi mente aquella noche en el jardín, sus palabras, sus besos, me había dicho que me amaba y aquello era lo único que lograba endulzar mi corazón en su ausencia.
Sin embargo, Andrew parecía reacio a contarme sobre Londres, su partida o siquiera sus días, podía notarlo en cada carta donde maquillaba con lindas palabras la banalidad de un día común. No había detalles, ni nombres de otras personas, no hablaba de su familia en Londres; solo bromas tontas sobre el clima de la ciudad y palabras edulcoradas que parecían querer obnubilar mi mente. Londres era su ciudad natal... Y también la razón de sus problemas. En más de una ocasión lo había dejado en claro, la gran ciudad no era de su agrado, y aquello sin duda me preocupaba.
¿Y si sus negocios iban mal? ¿Y si su familia tenía problemas? No quería ni imaginarle en algún bar ahogando el peso de sus días en alcohol.
Pensar en él era un arma de doble filo, me hacía daño, llenaba mi corazón de angustia y al mismo tiempo lo hacía latir con fuerza cada vez que una nueva carta llegaba a mis manos.
Y a sabiendas de ello, decidí comenzar a participar de las ayudas al pueblo para distraerme. Nuestras granjas comenzaban a prosperar y como convenido con Aiden, surtíamos de comida al hospital y los albergues; entregarles comida caliente a aquellas personas iluminaba mi alma, los niños eran ángeles y los adultos agradecían enormemente la ayuda. Era irónico como había pasado de aborrecer las malas lenguas del pueblo, a apreciar a las personas que hacían su mayor esfuerzo por salir adelante. A pesar del daño causado, no podía dejar de pensar que el incendio fue un llamado de humildad para todos.
— Naomi, llegó una carta para ti. — La ligera vocecita de Elizabeth me atrajo de regreso a realidad. Mis manos permanecían hundidas en la masa que preparaba por diversión.
Qué extraño se sentía no tener que cocinar diariamente para todos mis hermanos... Aun así, las recetas de mi madre seguían siendo nuestro refugio en los días malos.
Mi hermana se adentró sin problema alguno en la cocina y dejando la carta sobre la mesa, se giró en busca de un vaso de jugo de manzana. Sabía bien de quién era aquella carta y con el corazón desbocado abandoné lo que hacía para tomar el ligero papel en mis manos. Un pequeño dibujo a mano de un ave en el papel me hizo sonreír, Andrew había tomado la costumbre de marcar nuestras cartas con pequeños dibujos que me parecían adorables, yo le enviaba flores y él pequeñas avecillas.
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Jeune fille indomptable
RomancePudo pasarle a cualquiera, pero no. Esa gran tragedia le cambio la vida para siempre a ella... Ahora Naomi deberá ocuparse de toda su familia, deberá protegerlos de la maldad de otros. Tal vez se pierda a si misma. O Tal vez encuentre una luz en m...