Los peligrosos tacones resonaron en la escalera a medida que avanzaba al gran salón; sin embargo, mis piernas jamás fueron más fuertes; un dulce perfume impregnaba mis sentidos y el maquillaje no resultaba tan molesto como en muchas ocasiones sentí. Era como si flotara entre la blanca tela. Al pie de la escalera pude divisar a Aiden, quien aún con cierta amargura, se recluía en un rincón alejado de los demás. Sin embargo, al verme bajar, su expresión se tornó en el más puro asombro; Abraham fue el siguiente en notar mi presencia y no pude regocijarme más de su expresión, por meses había aceptado ser la tonta esposa superficial e invisible que él quería, mientras seguía mi propio camino en las sombras, todo con la intención de mantener la paz entre ambos. Pero ya no estaba dispuesta a ello, no quería seguir caminando por los rincones mientras Abraham y Andrew desataban una nueva guerra que podría perjudicarme, después de todo, mi único objetivo era culminar el tiempo restante del matrimonio y luego sería libre de olvidarme de esa familia.
— Luce radiante, señorita. — Elogió de pronto el señor McClelland, cuando finalmente me incorporé a las personas que se reunían en el salón.
— Gracias, señor McClelland. ¿Nuestros invitados ya han llegado? — El hombre tomó mi mano y galantemente me condujo hacia la entrada principal, a donde minutos antes Abraham se dirigió; el viejo señor tan solo debió asentir para que un cúmulo de sensaciones se apoderasen de mí.
Los invitados pululaban de un lado a otro con sus despampanantes atuendos, conversaciones banales y sonrisas falsas, pero todo aquello poco y nada me importaba pues tan solo me la presencia de ciertas personas rondaba mi mente. Abraham, Andrew, Dalia y Aiden se reunieron en la entrada para dar la bienvenida a los "invitados especiales" entre ellos, la madre de los hermanos Stephen... Realmente no sabía qué pensar de ella, sus hijos nunca hablaban de ella y la reciente conversación con el menor de los tres, aún permanecía dando vueltas en mi cabeza; quizás era una mujer estricta o gruñona, pero realmente dudaba de que fuese una bruja capaz de manipular las mentes de Abraham o Andrew.
— Te tardaste, querida esposa. — Se quejó Abraham intentando disimular su molestia con el humor que claramente no tenía.
Dispuesta a continuar con las locas ideas de mi cabeza, decidí avanzar hacia él con una enorme sonrisa sin siquiera fijarme en los otros dos, después de todo, Andrew y Dalia no debían importarme en lo más mínimo.
— Cuidado con lo que haces. — Abraham enlazó su brazo con el mío y ejerciendo una fuerza invisible para los demás, tiró de mí lo suficientemente cerca como para que pudiese demostrarme lo mucho que le disgustaba mi atuendo sin que los demás se diesen cuenta.
— No te preocupes, querido. Te aseguro que esta celebración será única.
Cualquiera pensaría que éramos una joven y enamorada pareja que siempre se dedicaban cumplidos y tenían un perfecto sentido del humor... Por supuesto, la realidad era muy diferente. Abraham estaba furioso, el vestido era sumamente revelador para una mujer casada, mucho más para una esposa invisible, Clara era toda una artista y había logrado resaltar mis rasgos con joyas y maquillaje, por lo que lucía como una de esas doncellas de las antiguas pinturas griegas; aunque no pensaba dejar que mi apariencia fuese lo único destacable de mí aquella noche.
Abraham apretó mi mano a modo de advertencia, pero yo tan solo me limité a sonreír. Era demasiado tarde para que pudiese evitar mi presencia en la fiesta, pues justo cuando este abrió la boca para decir algo más, el señor McClelland se adelantó saliendo al jardín para anunciar la llegada de la invitada de honor... Por primera vez desde que tenía memoria, un auto ingresó no solo a New Hope, sino a la mansión; su brillante color azul y el sonido que emitía llamó la atención de todos los presentes, quienes se detuvieron a observar. Entonces del interior de este descendió una despampanante mujer, su corto y rizado cabello ondeó con el viento a pesar del curioso sombrero emplumado que llevaba, el atuendo que lucía indicaba lujo en toda su expresión, con un costoso abrigo de piel y guantes rojos a juego con su sombrero y zapatos de finísimo tacón. El señor McClelland le ofreció entonces su mano y está la aceptó con la delicadeza de una dama de la realeza, nerviosa la vi caminar hasta nosotros mientras observaba el lugar y un hombre muy bien vestido descargaba sus maletas del auto.
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Jeune fille indomptable
RomancePudo pasarle a cualquiera, pero no. Esa gran tragedia le cambio la vida para siempre a ella... Ahora Naomi deberá ocuparse de toda su familia, deberá protegerlos de la maldad de otros. Tal vez se pierda a si misma. O Tal vez encuentre una luz en m...