Arc. V Cap. VI: El plan II

232 24 0
                                    

En las profundidades de la prisión Abaddón, encerrado en una de los cientos de celdas del calabozo, Naruto se hallaba restringido por un par de grilletes atados a sus muñecas que a su vez se unían en una misma cadena de eslabones que pasaba por debajo de un pequeño arco de metal con las puntas enterradas al suelo. No podía alejarse a las esquinas de la celda porque la cadena se lo impedía; y tampoco podía sacar los brazos por entre los barrotes porque estos estaban tan pegados los unos a los otros que muy apenas y podía sacar una mano porque los grilletes chocaban con los barrotes.

El azabache nos sabía desde cuándo se encontraba encerrado en esa celda. Debido a la escases de luz en todo el lugar, su cuerpo creía que era de noche y que ya debía descansar, sus ojos le pesaban porque él se negaba a quedarse dormido.

Entonces un sonido estridente capta su atención. El sonido chirriante era acompañado por ruidos seco desde uno de los extremos del pasillo. El azabache observó como una mancha amarillenta se dibujaba en el suelo frente a su celda para luego ser opacada por otras manchas grises. Una silueta cruzó frente a su rostro y se detuvo hasta el otro lado del cubículo de asilamiento; otras tres siluetas le siguieron y se detuvieron frente a su celda.

—Abre la celda.

El carcelero, escoltado por los tres guardias, sacó de una bolsa al costado de su cintura un juego de cincuenta llaves. Pasó por varias llaves antes de encontrar la que pertenecía a su celda. Insertó la llave en la cerradura y se pinchó el dedo la prolongación puntiaguda de la cabeza de metal de la pequeña llave. De la cerradura un brillo blanquecino fue desprendido, este comenzó a viajar fuera de la cerradura, dibujando en el aire frente a los barrotes un sinfín de líneas como si fueran lo hilos de una telaraña. Entonces, después de unos segundos de permanecer en el aire, los hilos de luz se esfumaron en el aire.

El carcelero abrió la reja, permitiendo a los tres guardias acceder al pequeño recinto de aislamiento del nekoshou. Naruto, luchando contra un molesto ardor en los ojos y en la garganta, les cuestionó el motivo de su presencia en el calabozo, a lo que uno de ellos, tajante, le respondió:

—Nuestra Señora quiere hablar contigo.

El ojizarco prestó mayor atención a las vestimentas de los guardias frente a él. Impresos sobre sus petos de metal, reluciendo con el brillo se la antorcha que uno de ellos sostenía, el escudo del clan Sitri.

—¿Nuestra Señora? Oh..., no.

Naruto cayó inconsciente al suelo después de que uno de los guardias lo golpeara en el rostro con la empuñadura de su lanza.

—●○●—

En alguna parte del inframundo había una pequeña colina con un encino de follaje abundante en su cima. Debajo de dicho árbol, Serafall Sitri, la actual maou Leviatán, esperaba paciente en una silla la llegada de su invitado especial.

Cuando un círculo mágico apareció detrás de la silla que estaba al otro lado de la pequeña mesita redonda de madera, su corazón casi que se saltó un latido. Ya era hora. Del destello desprendido por el círculo mágico surgió una silueta ancha, que después se reveló como Naruto y los guardias que había enviado a la prisión Abaddón. Sus cejas se contrajeron en un ceño entrefruncido al ver el pequeño hematoma en su mejilla. Intentó buscar explicación alguna viendo al líder del pequeño grupo a través del visor de su casco, pero solo pudo sentir como este evitaba regresarle la mirada. Ella suspiró, ya ella se encargaría de conseguir una explicación.

—Que tome asiento, por favor.

Los guardias, no queriendo permanecer por más tiempo que el necesario, condujeron al azabache al la silla de madera bien lijada para tan pronto haberlo, retirarse. Ambos, el nekoshou y la diablesa, permanecieron en silencio: uno sintiéndose incómodo por él; el otro, agradecido por él. Cuando unas aves comenzaron a trinar a lo lejos, Serfall decidió comenzar con la conversación:

Naruto: Akuma no NekoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora