Arc. 7 Cap. IV: ¡¿Qué pasó ayer?!

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Despertó. Ya había retomado la consciencia, pero no abrió los ojos. Sentía la frente caliente y un ardor le quemaba desde adentro de la cabeza; aunque ni siquiera por eso entreabrió los párpados. Ese hormigueo incómodo dentro de la cabeza no era tan molesto como para despertarse, pensó. Por la información que le otorgaban los sentidos supo que estaba acostado de lado sobre una superficie demasiado cómoda, la cabeza le descansaba en lo que identificó era su antebrazo, y con el otro abrazaba lo que intuyó era una almohada, maravillosa, por cierto. Esa costumbre de dormir abrazado a algo la tenía desde niño, creyó habérsela quitado con el tiempo, pero parecía ser que todavía su cuerpo lo recordaba.

Cada que inflaba el pecho este chocaba con el lado frío de la almohada que abrazaba. Le gustó sentir ese frío acariciándole la piel. Y por cada vez que exhalaba sentía cómo el aire que sacaba le soplaba el pecho luego de haber rebotado en la almohada. Le gustó también sentir ese fresquecito. Pegó la almohada más a él para sentir tantas sensaciones como pudiera. Se sentía adicto a ese frío en el pecho, a esa comodidad tan maravillosa que le acariciaba el brazo y el pecho, a la fantástica suavidad adictiva de esa almohada. Pero entonces percibió tres cosas que lo extrañaron: sintió algo medio durito en el pecho y algo suave pero rasposo en la barbilla cuando se acercó la almohada al cuerpo, también oyó algo parecido a un gruñido bajo, pero no como el de un animal, al menos no de uno que conociera, sino que, más bien, se oyó como... el de una... persona.

El moreno abrió sus intensos y opacos ojos azules y miró la supuesta almohada que abrazaba. Una larga melena, blanca y brillante, y la pálida espalda desnuda de una mujer blanca lo recibieron tan pronto enfocó lo que tenía delante. Lo que estaba abrazando como una almohada resultó ser una mujer. Se parecía demasiado a Yukiko... ¡Era Yukiko! Los dos, notó, estaban desnudos. ¡Estaban desnudos y él la abrazaba por detrás! Se separó de inmediato. Por poco se cae de la cama. Casi al instante le llegó una punzada en la frente y en la nuca.

Lo primero que hizo inmediatamente después de ponerse de pie fue intentar despertar a la chica. Se inclinó sobre la cama para alcanzarla, apoyándose en el borde del colchón con la rodilla, y la sacudió con insistencia.

—¡Yukiko! ¡Despierta! —le susurró, pero gritando. Estaba cagadísimo de miedo.

La chica tarareó un «¿Mmmm?» adormilado mientras se acomodaba debajo de las sábanas. No tenía intenciones de despertarse. Tras varias sacudidas más, a regañadientes, terminó por darse la vuelta y con molestia separó un poco los párpados para verlo.

—¿Qué fue? —preguntó, todavía somnolienta.

—¡¿Qué hicimos anoche?!

Yukiko revisó con los ojos, de arriba abajo, a su compañero. Los abrió de golpe. Se sentó bruscamente y casi que al mismo tiempo se agarró la frente con dolor e hizo varias muecas. La sábana se fue deslizando de su pecho hasta dejarle el torso al desnudo en la intemperie.

—¡¿Qué fue?! —repitió la pregunta, ahora con un tono de espanto.

Ambos escanearon todo hasta donde se podían ver de la habitación que el azabache les había alquilado a los dos. Estaba de cabeza. En lo que supusieron era la sala había una mesita de madera redonda tirada en el suelo, delante de ella estaban los trozos de lo que parecía haber sido un florero, si es que las flores desparramadas más adelante tenían algo que ver con la pieza de cerámica, también había un sofá afelpado color caqui, el cual tenía manchas como de agua en varias partes del respaldo y, seguro, en los asientos, además de esas manchas también habían una chaqueta y una camisa de mujer, una falda y un brasier, y una camisa de manga larga y una de tirantes de hombre, y alrededor del sillón había un par de zapatos y uno de tacones; al lado de la sala había una arco en la pared que daba con el comedor, en donde, hasta donde podían ver, también estaba patas arriba, debajo del arco habían varios manteles y el centro de mesa; en frente de la cama había un par de medias, unas bragas, un juego de calcetines, un pantalón de traje y un calzoncillo de hombre, y la cama ni se diga. Todo era un desastre. No importaba hacia dónde voltearan a ver, en todos y cada uno de los espacios del lugar había rastros de que un huracán pasó por allí y dejó al revés todo el lugar.

Naruto: Akuma no NekoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora