Arc. 7 Cap. X: El Ejército

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—Naruto, ¡despiértate, órale! —oyó, y después tronó un aplauso cerca de su tímpano.

El ojigarzo fue cegado por una luz intensa inmediatamente después de haber abierto los ojos. Siseó. Los volvió a cerrar con fuerza por el ardor que le provocó en las córneas. Se quejó otra vez. Poco a poco, con precaución y haciendo un toldo sobre los ojos con una mano para bloquear los rayos del sol, fue separando los párpados para enfocar su entorno. Notó que Haruko estaba recostada debajo de él.

—¿Qué pasó? —Aturdido, se fue poniendo de pie. La figura de Haruko fue girando junto con los árboles a su alrededor hasta que todos apuntaban al cielo—. ¿Ahora qué fue?

—¿Cómo que qué fue? ¡Te busca mamá!

—¿De verdad? Ya voy. Ahorita voy —le dijo, tallándose los ojos.

—No, ¿cuál ahorita? —interrogó la pelinegra a su amigo—. ¡Ya, muévete!

—¡Ora, ni que fuera burro pa' que me andes acarreando! ¡Ya voy, ya voy!

Haruko sacó al azabache de no tan profundo bosque a empujones. Cada que el ojigarzo frenaba la marcha, la muchacha lo empujaba por la espalda para obligarlo a seguir.

—¡Bueno días, Naruto! —doña Takimi lo saludó desde el portal de su tiendita de abarrotes.

—Doña Takimi, ¿cómo está?

—Bien, bien. ¿Y tú?

—Bastante bien, también.

Haruko lo empujó otra vez para que apurara el paso.

—Perdón, doña, pero traemos prisa —se disculpó la muchacha con la señora, ya mayor—. Ahorita se lo traigo.

—No se preocupe, mija, ahorita en una chance que tengan vienen —dijo la señora, sonriéndoles.

—¡Sí!

Ambos siguieron por las calles empedradas de la ciudad; Naruto se detenía un poco para saludar a los conocidos que se encontraba, pero Haruko lo apresuraba a seguir caminando. Giraron por una última calle antes de tener de frente el portal de la casa del azabache. Cruzaron debajo del arco de bienvenida y atravesaron el pequeño pero verde porche que tenía la casa. Entraron a la casa y cruzaron cuartos hasta llegar al comedor.

—¡Mírenlos, hasta que llegan! —dijo la madre del azabache al verlos en el comedor. Estaba a punto de dejar un plato con ensalada, sushi y surimi en la mesa—. Siéntense, ya está listo todo.

Haruko lo agarró de la mano y lo intentó arrastrar a la mesa donde ya estaban sentados la señora Kazumi y el señor Masahiko, pero Naruto se zafó del agarre y se excusó diciendo:

—Ahorita me siento, me voy a lavar la cara.

Mientras subía las escaleras, una mata de pelo blanco las bajó corriendo. Adivinó que se trataba de Shirone. Al subir cruzó el pasillo, pero no encontró el baño en ningún lado. Se le hizo extraño, pues recordaba que estaba entre su cuarto y el de Shirone, pero entre ambos nos había ningún baño, solo una habitación vacía con un tapete desdoblado como los que se usan para hacer yoga. Bajó las escaleras apurado para preguntar dónde había quedado el baño.

Una fuerza gélida le arañó la espalda desde la nuca hasta la espalda baja. Se quedó en transe, inmóvil, pasmado ante la imagen que tenía en frente: su familia, su familia comiendo, todos juntos sentados en la mesa... sonriendo. Todos lo miraban, curiosos. «Esto no puede... No es real», susurró para sus adentros sin oír su voz. «Esto no es real... Esto no es real... Esto no es real...», repitió una y otra vez sin escucharse en su cabeza.

Naruto: Akuma no NekoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora