Especial: Festejo a lo grande

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—¡Oye!, ¿ya estás lista? —gritó desde el sillón sin levantar la vista del librito de bolsillo que estaba leyendo. Ya era viejo el libro, se lo había regalado su maestro cuando cumplió quince años, ya se lo había leído un sinfín de veces, pero le funcionaba para distraerse cuando no estaba haciendo nada importante.

—¡Dame cinco minutos! —respondió Yukiko sin dejar de verse en el espejo del tocador que había en la habitación principal de la suite.

Suspiró y regresó el librito a uno de los tatuajes en su antebrazo. Esa misma respuesta se la había dado hace cinco minutos. ¡Lo peor es que le avisó con tiempo!, ¿así que por qué justo cuando se estaban por ir se tuvo que meter a maquillar al baño? ¡Se les iba a hacer tarde para la reservación!

Chico, no te enojes, todavía que se arregla para ti —bromeó su inquilino.

«Kurama, de verdad, ya párale. Me molesta», pidió casi rogando. Le incomodaba que el zorro todo el rato se la pasara molestándolo con lo mismo.

¡Uuuy! La nena ya se enojó. Qué la..., ¡puf! —se quejó.

«Mira, ya no lo hagas porque yo te lo pido, hazlo por respeto a Yukiko. ¿Ella qué te hizo para que andes usándola para burlarte de mí?», cuestionó al nueve colas.

Ni siquiera sabe que hablo de ella. No pude oírme.

«¡Ah!, bueno, ¿a ti te gustaría que yo te moleste mencionando a tu esposa?», preguntó con severidad. El zorro se quedó en silencio. «¡Ah!, ¿verdad que no se siente bien?».

Te pasaste...

«Pues lo siento, pero así no te ibas a callar». Sus disculpas fueron en vano.

Con eso no se juega, cabrón. Con eso no se juega. Y ya presta atención al frente.

«Oye, ya, lo siento, ¿okey? Me pasé, sí. ¡Ey! ¡Kurama! ¡Kurama!... Puta madre con ese pulgoso». El zorro había cortado la conexión mental entre ambos. El ojigarzo intentó volver a establecer contacto con el nueve colas, pero se dio cuenta de que el canal de enlace estaba bloqueado. Suspiró. Luego se le pasaría el enojo, pero, en lo que se le iba, era mejor no molestarlo ya.

—Y bien, ¿qué tal me veo? —la pregunta de la chica lo hizo volver al entorno.

La vio de pies a cabeza y de regreso. La muchacha llevaba puesto un par de zapatos de tacón bajo tipo mocasines que le recordaron a los que la protagonista de la viejísima película El mago de Oz vestía en la cinta, solo que estos, en lugar de ser de color rojo chillante, eran de un discreto color negro que contrastaba pero combinaba perfecto con sus calcetines blancos; una falda de varios paneles, larga y de color negro (si con la imaginación se divide en seis partes iguales la pierna de la joven, de arriba abajo la falda le cubría cinco sextas partes de las piernas), dejaba al descubierto un pedacito de pierna que va desde el pie hasta un poco más abajo de la mitad de la pantorrilla para que sus calcetas, blancas, tuvieran mayor presencia; una blusa blanca de cuello solapa con una lazada negra con moño del mismo color; un abrigo negro encima para el frío que hacía afuera; su cabello ligeramente ondulado se lo había recogido en una media cola de caballo con listón un poco más arriba de la nuca, lo que daba la ilusión de que se trataba de una doble cascada de pelo, y como se había maquillado rápido solo se había alcanzado a enchinar las pestañas, ponerse un poquito, casi nada, de rubor, y labial «discreto» color rojo (que por su tono pálido de piel y su cabello igualmente pálido era lo que más resaltaba de su rostro). Siendo sincero la vio bastante atractiva.

—Te ves bien. Te ves bonita —halagó.

—Gracias —agradeció—, me gustaría poder decir lo mismo de ti.

Naruto: Akuma no NekoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora