Arc. 4 Cap. XII: Perdiendo el control

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La tierra comenzó a sacudirse con violencia, el agua del lago en el cinturón de montañas también se sacudió. Profundas grietas comenzaron a crearse debajo del azabache y un resplandor color sangre comenzó a asomarse por las brechas. Las nubes comenzaron a llorar con más fuerza y los rayos no pararon de caer; las montañas temblaban de miedo y los animales que había dentro y fuera del cinturón rocoso salieron ahuyentadas del lugar.

Thor se puso de pie sintiendo una inmensa presión en el pecho. ¿Acaso era miedo? No, no era miedo, era otra cosa, una sensación que hizo que su corazón bombeara sangre caliente con más fuerza y rapidez, una sensación que hacía que todos y cada uno de los cabellos en su cuerpo se erizaran y que un hormigueo recorriera su cuerpo de pies a cabeza. Era... emoción.

En ese instante el suelo bajo Naruto se destrozó en una magnifica explosión carmesí que levantó vientos huracanados que arrancaron árboles y trozos de tierra. Del interior de la cortina masiva de polvo estalló una colosal columna de llamas carmesís que se expandieron por todas partes al chocar con el firmamento violáceo del averno. El suelo comenzó a irradiar un color candente, y los árboles en la lejanía se comenzaron a incendiar; trozos de tierra en llamas cayeron del cielo, creando un paisaje infernal.

Viendo el pilar de energía carmesí que se alzaba frente a él, lo confirmó: estaba completamente emocionado por luchar. Aquella energía que se liberaba en una columna gigantesca emitía una sensación de peligro que le resultó embriagadora e hizo que todos los músculos se tensaran en anticipación. Sosteniendo firmemente a Mjǫllnir con su mano, el dios del trueno no podía esperar para comenzar con esta pelea.

Mientras Thor se extasiaba por el peligro, ambos demonios se mantenían alerta. Ajuka no dejaba de sentir un increíble poder en aumento desde el interior del domo carmesí; Sirzech también lo sentía. No fue hasta que el poder desapareció que todas y cada una de las alarmas en ellos se encendieron de inmediato. Solo había dos razones por las que aquel poder pudo desaparecer en un instante: la primera, y la más reconfortante, era que Naruto había muerto de improviso; la segunda, su poder había tenido un aumento inexplicable, tanto que sus sentidos habían dejado de percibirlo. Para desgracia de ellos, todo apuntaba que la segunda explicación era la correcta.

La columna de llamas estalló con más fuerza, destrozando el cielo y esparciendo sus llamas por todo el firmamento. El fuego comenzó a consumir las montañas, y el agua de los ríos y lagos se evaporó en cuestión de segundos. La tierra temblaba con fuerza y desde todo el averno el pilar en llamas era visible y su calor perceptible. Entonces un rugido bestial hace eco en todo el valle, abrumando con su poder el lamento de los árboles y el estremecimiento de las aguas. Después, la columna explota en un espectáculo carmesí que tiñe el cielo de rojo y provoca una onda que arrasa con todo dentro del valle rodeado por montañas de fuego. Los dos diablos y el dios Æsir son desprendidos del suelo y lanzados con fuerza en distintas direcciones.

El polvo se disipa y entonces aparece una figura bestial con patas traseras de un cánido y unas patas delanteras como las de un oso, torso ancho como el de un gorila, rostro con proporciones masculinas, pero ojos brillantes como los de un dragón; dentadura afilada con un líquido extraño y viscoso que chorreaba entre sus dientes, largas orejas y, por último, cuatro largos apéndices semejantes a tentáculos o a colas. Su cuerpo estaba repleto de un áspero pelaje rojizo hecho de la misma energía carmesí que su figura.

Los tres hombres se cerraron alrededor de la bestia: Thor apareció en un trueno delante de ella, Ajuka y Sirzech descendieron detrás de ella batiendo sus alas; los tres formando un triángulo concéntrico al engendro maligno.

A una velocidad cegadora desapareció de su lugar, destrozando el suelo en una pequeña pero poderosa explosión, y apareció delante de Thor con sus garras de animal observando al dios con un deseo de sangre Æsir. El dios nórdico blandió su martillo y lo estrelló contra el antebrazo del engendro, partiéndolo por la mitad; pero en lugar de gritar, la bestia ruge y hace crecer de nuevo su extremidad. El dios se sorprende, y por ello no logra bloquear la cola que se acaba estrellando contra él.

Naruto: Akuma no NekoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora