DxD: Cuñados.

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Pisadas secas rebotaban en las paredes profundas de las decenas de celas afiladas a ambos flancos del pasillo que conecta entre el módulo de seguridad 5 con el 5-S, un módulo especial de únicamente tres celdas. Todos los pares de ojos que había tras los firmes y gruesos barrotes de adamantina avizoraban con odio y rencor el lugar de dónde adivinaban venía el taconeo de las pisadas. A pesar de que las luces del corredor se hubieran apagado convenientemente antes de que el hombre se apareciera al extremo opuesto del pasillo, la presencia que desprendía era la misma. Sirzechs Lucifer, quien los había encerrado ahí, se paseaba con total apatía por la prisión. Los reos lo último que oyeron antes de que las pisadas del Lucifer se esfumaran fue el desagradable chirrido de la gran puerta de adamantina abrirse raspando con el suelo y cerrarse con el mismo chirrido molesto. Entonces las luces del corredor volvieron a iluminar, irritando con su repentino destello las córneas de los reos.

A diferencia del submódulo especial 5-A, que era donde habían sido asignados tanto Naruto como la sobrina de Grayfia, Yukiko, el submódulo 5-S era reservado única y exclusivamente para altos mandos simpatizantes o afiliados a la Vieja Facción, aunque en el reglamento de la prisión designara este submódulo especial como «exclusivo para individuos que representen una amenaza activa para la ciudadanía del Inframundo, incluso en cualidad de recluso». Era una especie de regla no escrita.

Un único y solitario foco se enciende dentro del complejo de tres celdas. La luz ilumina pobremente lo que hay detrás de los alargados y continuos barrotes inquebrantables. Solo una de las celdas está ocupada, el resto no tiene inquilinos dentro. La razón por la que nadie jamás había pisado este lugar era porque los altos mandos que por su rango se le debería encerrar aquí se suicidaban antes de siquiera ser atrapados. Preferían la muerte antes que pisar la cárcel.

Sirzechs camina hasta la puerta de la celda que tiene delante. Sobre cada puerta de las tres celdas hay un foco color rojo. El Lucifer mira a una cámara que hay en una de las esquinas altas de la pequeña sala que conecta las tres habitaciones carcelarias. El foco rojo sobre la puerta cambia a un color verde intenso al mismo tiempo que retumba el chirrido de una chicharra. La puerta se abre hacia adentro por sí sola. El rey entra.

—Ya les dije que no sé nada más. Déjenme, por favor —suplica por lo bajo una voz ronca y desgastada.

La celda era en lo absoluto acogedora, parecía como si la hubieran hecho en un día y mal hecha. Del techo descarapelado de concreto colgaba de sus propios cables un solitario foco que ni siquiera encendía. No había ventanas que dejaran entrar a los dedos del Sol. Pero al menos había un baño, aunque a menos que quisieras exhibir tu virilidad a sea quien sea que estuviera al otro lado de las rejas o a la cámara que había dentro de la celda, entonces debías sentarte en el retrete e improvisar un domo sobre tu regazo con las manos. Tampoco había algo así que uno pudiera llamar cama, solo había un trozo de sábana extendida como mantel sobre un astillo y bastante inestable escritorio de madera. Sobre esa deprimente cama improvisada descansaba su cuñado, el hermano de su esposa, dándole la espalda.

—Euclid, soy yo —anuncia su presencia—. Está bien, no te haré nada.

—¿Sirzechs? —El último varón de los Lucifuge se gira y sienta al borde del escritorio—. ¿Qué haces aquí?

—Vine a hablar. No busco otra cosa. Quiero hablar francamente contigo; sin intereses de por medio.

El Lucifer nota el estado deplorable en el que el cuerpo de inteligencia y contrainteligencia dejó a su cuñado. Verlo le transmitió los dolores que seguro sufrió por horas. Tenía un ojo hinchado de color púrpura, moretones y cortadas en una muy temprana etapa de cicatrización en la cara, las manos, el cuello. En general, en todo el cuerpo. Y no solo lo torturaron, también había signos de que lo humillaron: su largo cabello recogido en una trenza ya no estaba, ahora tenía la cabeza parcialmente, por no decir que por completo, rapada, como si le hubieran pasado una máquina para cortar cabello por sin ningún lado; su overol de recluso estaba hecho jirones. Se sentía un poco culpable de que ahora Euclid estuviera así.

—¿De qué quieres hablar, Sirzechs?

El mencionado notó que le faltaba un diente. Apretó un poco las manos.

—Hay mucho de lo que quisiera hablar contigo, pero primero quiero hacerte una pregunta: ¿Por qué lo hiciste?

—Ya no tengo nada. Todo lo perdí —responde, avergonzado y melancólico, Euclid—. Lo único que podía hacer era seguir las órdenes de Rizevim.

—No me digas que también estás en eso del Otro Mundo.

El Lucifuge niega con la cabeza mientras ríe.

—No. La verdad jamás me interesó. Conquistar nunca ha sido lo mío, ¿sabes? —explica entre carcajadas roncas como quien no ha humectado bien las cuerdas vocales, pero luego se va apagando—. Es solo que..., no sé, creo que esa idea me daba la motivación necesaria para no suicidarme. Las palabras con las que Rizevim me presentó su plan fueron demasiado seductoras. Sembrar el caos me haría sentir vivo. Sirzechs, para ti, ¿qué es un demonio?

El taheño se queda callado, pensando qué respondería. Sonríe cuando lo tiene.

—Un ser con vida, al cual le denominan demonio. Incluso si crece en un ambiente distinto, uno es capaz de identificar y separar lo que está bien de lo que está mal. Igual que cualquier otro ser racional.

Quizá si esta reunión se hubiese dado en el pasado Euclid solo despotricaría la respuesta de Sirzechs recitando ciegamente el evangelio que con tanto fervor vociferaba Rizevim. No lo hizo. Desde que nació Yukiko sintió un amor más grande que cualquier otro, pero cuando fue alejada de él su último pilar se derrumbó. Perdió la cabeza. Ahora que sabía lo que había experimentado tanto el amor más gran prestaba mayor atención a otra forma de verse a sí mismo, reflejado en el concepto de demonio.

—¡Por cierto! —Sirzechs grita, desconcertando a Euclid—, conocimos a tu hija. ¡Grayfia casi se desmaya! —lo último lo recuerda entre risas.

—Sí, me enteré de que estuvo aquí —dice y reposa una mano sobre la pared, fría y rígida. ¿Yukiko habrá estado en estás celdas?

—Ya sé lo que piensa. No, ella no estuvo en este módulo. La dejamos en el módulo para colaboradores. Es más... acogedor.

—Qué bien, ya me estaba molestando.

—Se llama Yukiko, ¿verdad?

—Sí.

—Hija de la nieve... Le queda bien.

—Sí. Su madre lo eligió. Yo nunca he sido bueno con los nombres.

—Ni yo. Grayfia fue la que eligió el nombre de Millicas. ¿Y qué hay de tu esposa?

—Nunca nos casamos. No formalizamos nada —explica el Lucifuge—. Ella falleció hace trece años. Le detectaron cáncer en una etapa bastante avanzada. No pudimos hacer nada.

—Ay, lo siento tanto.

—No te preocupes. Está bien.

El pelirrojo voltea a ver el reloj en su muñeca. Ya llevaba media hora allí.

—Oye, ya me tengo que ir.

—¡Ah!, está bien. Cuídate.

—Sí, igualmente. Espero que este tiempo que te la vas a pasar aquí te ayude en algo.

El peliplata sonríe un poco. «Espero lo mismo», piensa. Todo se vuelve a apagar.

Naruto: Akuma no NekoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora