¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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El antiguo pero todavía eficiente reloj de péndulo marcaba las ocho de la mañana cuando la puerta de La Escondida se abrió, y un joven que claramente no era Alan ingresó sin prisas. Bajó la capucha de la gruesa campera de abrigo que vestía, eligió una mesa con ventanal a la calle dejando su mochila sobre la silla, y finalmente se quitó el abrigo con calma. Se sentó sin notar la atónita mirada del trío de apertura, que lo observaba como si de un alienígena se tratara.
—¿Y éste? —susurró Patricio tras Evangelina—. Es la primera vez que lo veo, no es cliente habitual.
—Ni idea, pero no te preocupes, seguí estudiando que yo lo atiendo.
Evangelina tomó el control remoto y cambió al canal de noticias de su esposo, su mañana de series ya estaba truncada si de la nada comenzaban a llegar clientes. Buscó en la barra algún anotador de los camareros que ingresaban a trabajar a las nueve, y se acercó hasta su nuevo cliente.
—Buen día, bienvenido a La Escondida. ¿Qué le sirvo?
—Buen día —devolvió el saludo sin dejar de atender la computadora portátil que estaba encendiendo—. Café negro, bien cargado por favor.
—¿Desea algo para acompañarlo? Todavía no llegaron las facturas, pero podemos prepararle algo en la cocina.
—Café solo está bien, gracias.
El joven le regaló una mirada y Evangelina asintió, comprendiendo que ya sobraba en su mesa. Fue tras la barra dispuesta a preparar el café, pero Patricio se le había adelantado y ya lo estaba sirviendo, le agradeció con una sonrisa que el jovencito respondió con una mirada levemente engreída. Ambos soltaron una risa muda, porque sabían la capacidad del otro en cuanto a preparación de café se refería. Patricio volvió a sus apuntes, y Evangelina llevó el café hasta la única mesa que interrumpió su serie en el clímax del conflicto. El cliente le agradeció con un leve movimiento de cabeza, y volvió a concentrarse en su vieja laptop.
De vuelta en el mostrador, se dispuso a chequear sus redes sociales, Daniel había subido unas postales preciosas de su viaje de trabajo a Londres, era la Finalissima y Argentina se enfrentaba a Italia en el estadio de Wembley. Le tocaba seguir a la selección y salir al aire desde el móvil, un rato en todos los programas de la cadena. Sonrió y levantó la vista para chequear si en esas lo veía en el primer informativo de la mañana, pero el foco noticioso estaba puesto en la inseguridad.
—Que chabón más raro, ni siquiera endulzó el café... —Evangelina giró hacia la voz que le hablaba, Patricio no despegaba la vista del extraño cliente—. Y eso que se lo preparé bien cargado como pidió.
—Más que por la sobredosis de cafeína que se está mandando, yo me preocuparía por lo que veo en su pantalla. —Evangelina volteó su cabeza para el otro lado, Ángel se había sumado al escrutinio del cliente—. A mi hijo últimamente se le dio por aprender hacking, y créanme... Los videos que él ve son bastante parecidos a eso que tiene en la pantalla.