¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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Lo que restó de ese jueves y el viernes siguiente, Bruno y Franco se la pasaron encerrados cada uno en su oficina. El primero, revisando el contrato que Ismael había recibido, aportando sus conocimientos del mundo del fútbol, mientras el segundo depuraba el código de la terminal de cobros en tiempo récord.
Quería que, a más tardar, Evangelina estuviera autorizada por Isidro para pasar la jornada laboral del martes en su oficina.
Pero si conseguía terminar el trabajo ese viernes, gestionaría la visita de Evangelina para el lunes.
El objetivo era simple, estaba eliminando los bloques de código que serían obsoletos en la versión final: el pago en efectivo y con criptomonedas, el ranking de clientes, la sección de delivery, y por supuesto, el cerdito bailando del inicio. Tuvo suerte de que su equipo había comentado todo el código, nunca pensó que lo llevarían a cabo, hasta que recordó que él no era un jefe cualquiera.
Era dueño y CEO, y por ende, su palabra era ley.
Borraba un bloque de código y probaba para corroborar que no hubiese borrado una coma de más, y a cada reinicio un ítem desaparecía del menú. Estaba apurado porque no sabía a qué hora Alan abandonaba el restaurante, le urgía hablar con él y acordar la ausencia de Evangelina. Su vista oscilaba entre el IDE y la hora junto a la bandeja de sistema, recordó que la primera vez que fue a buscarla eran alrededor de las cinco de la tarde, y ya había terminado su turno. Continuó con su trabajo mientras no dejaba de controlar la hora.
15:43
15:58
Calculó lo que le faltaba para terminar un modelo rústico pero operativo, si no se encontraba con ningún contratiempo en los reinicios podría ir a ver a Alan.
16:10
«Ya debe haber salido. Ya casi...».
16:29
«Dale... Dale, Orson...».
16:45
—Listo.
Franco cerró su computadora, tomó su abrigo, las llaves de su moto, y salió disparado como si La Escondida estuviera a punto de cerrar. Cuando su smartwatch marcó las cinco en punto, apagó el motor de su scooter en la puerta del restaurante, y efectivamente, Alan estaba en la caja y el trío de apertura ya había salido.
Hora de llevar a cabo su plan.
—Alan... ¿Cómo va?
—¡Ey! ¿Qué hacés acá a esta hora? —El joven salió de su lugar tras la barra y se acercó a saludar a Franco con un choque de palmas—. Eva ya se fue, hace un ratito, capaz si venías hace diez minutos te la cruzabas porque se fue tarde.
—Tranquilo, vengo a verte a vos. Necesito tu ayuda.
Los ojos de Alan se abrieron de sorpresa, se sentía más que halagado que uno de los gemelos Antoine le pidiera ayuda. En realidad, él pensaba que era el más idóneo para el proyecto de Franco, y esperaba el momento en que lo necesitaran por ser el futuro dueño del lugar. Soltó un suspiro engreído y sonrió socarrón.