¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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Esa noche de sábado, ya convertida en domingo, la única que pudo dormir como un bebé fue Evangelina, desnuda y enroscada al cuerpo de su esposo. Ni Franco, Bruno, o Ismael, pudieron pegar un ojo en lo que quedaba de noche.
Franco, estático y todavía con el traje puesto, sentado en su cama observaba el alba reflejada en el dique desde su gran ventanal. Asimilaba lo difícil que sería lograr siquiera que Evangelina se confundiera, porque no dejaba de mirarlo como ese buen amigo sincero y cariñoso.
Bruno sufría una pequeña recaída arropado en su cama. No se sentía físicamente pleno mientras conocía la piel desnuda de Ismael, y estaba pagando las consecuencias. Además, su cabeza no paraba de imaginar escenarios posibles para el primer lunes que se vieran las caras en la oficina, teniendo en cuenta que nunca fue fácil para él ocultar sus sentimientos cuando se trata de una pareja.
Pero el que peor la pasó fue Ismael. Se odiaba a sí mismo por haber sido tan débil, no confiaba en esa faceta oculta que Bruno le había mostrado. En plena mañana del domingo y con la cabeza más fría volvió a desconfiar de él, y ya iba planeando cuál sería su reacción para el momento en que Bruno volviera a ser el jefe malhumorado y caprichoso que conocía. Pero lo que más bronca le daba era que ya lo había probado, y le había gustado lo que vivió esa extraña noche. Durmió un poco, y ya pasado el mediodía de domingo, agarró su bicicleta y fue a descargar tensiones por la ciudad.
En el departamento de los gemelos todo era tensión. Bruno sabía que Franco estaba herido por lo que había vivido con Evangelina en la premiación y se sintió culpable, decidió no molestarlo y evitó preguntar cómo le había ido encarnando su personaje. Después de todo era evidente, Franco estaba callado, serio, y rezongaba por nimiedades.
Y no podía verlo más así.
—Puteame —soltó cuando compartían un almuerzo tardío a las tres de la tarde—. O pegame, si eso te hace sentir mejor.
—¿Qué decís, puber? —rezongó sin mirarlo.
—Yo fui el que te mandé anoche a la gala, es mi culpa que hoy estés con cara de orto.
—Es laburo, teníamos que hacerlo —dijo desanimado—. No es tu culpa que te enfermaras, son cosas que pasan.
—Precisamente por eso, debí haber cancelado mi asistencia. Fue egoísta mandarte en mi lugar.
—Pero me sirvió, fue un lindo baño de realidad. Y tenias razón... —Franco dejó los cubiertos sobre el plato y miró a Bruno por primera vez en la conversación—. Son la pareja ideal.
—Te lo dije —afirmó alzando las cejas.
—Pero yo tenía razón en algo, y es que no son tan perfectos como se muestran en Instagram. Lo poco que pude ver de su intimidad reafirmó mi teoría de que Eva está reprimida, y me parece injusto. Siento rabia e impotencia por no poder hacer nada, ella está tan enamorada de él que no es capaz de distinguir la venda que tiene en los ojos.