Ciento doce

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Evangelina no entendía una sola palabra cuando Franco hablaba con los vendedores de componentes, dispositivos, y prestaciones

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Evangelina no entendía una sola palabra cuando Franco hablaba con los vendedores de componentes, dispositivos, y prestaciones. Solo se limitaba a ver las vidrieras llenas de placas, gabinetes, y las caras de la gente que los reconocían a ambos.

Y sí, se sentía algo incómoda.

Pero tenía que acostumbrarse, una vida con Franco iba a ser mucho más extenuante que sus años con Daniel. Se perdió mirando unos auriculares rosa con orejas de gatito, hasta que desaparecieron de su vista. Volvió a verlos sobre el mostrador.

—Los vas a necesitar en el stream, igual son tuyos —le explicó Franco, guiñándole un ojo.

Evangelina sonrió, y es que era algo más a lo que tendría que acostumbrarse. Cada cosa que ella deseara, Franco la haría realidad.

Cuando ya tuvo todo lo que necesitaba, desayunaron un café con donas en el subsuelo de la galería, aprovechando la desolación de ese piso ya medio abandonado. Después de guardar todo en el baúl del auto, se perdieron entre el gentío de la peatonal Florida y comenzaron a mirar cosas para el futuro departamento. Electrodomésticos, decoración, algunos muebles... Todo a modo estimativo, porque ni siquiera tenían la vivienda vista, era algo que harían el lunes siguiente. Franco ya se había encargado de pactar la cita con la inmobiliaria, solo faltaba que Evangelina eligiera su hogar, y el resto se completaría de a poco.

El domingo fue el día del reencuentro de Evangelina con su padre, luego de la fallida cena navideña. Junto a su madre, no podía dejar de mirar el abrazo en el que se fundían Franco y su padre, la manera en la que presentaba a su gemelo y a Ismael, y la estupefacción de Mauricio al ver que, efectivamente, Franco y Bruno eran dos gotas de agua.

—Dios mío... —exclamó Mauricio, completamente sorprendido—. Si no tuvieras toda la cara llena de metal, no sabría cuál es mi yerno.

—¿Te das cuenta para qué sirven mis piercings, puber? —le recriminó a su hermano en forma de juego.

—¿Y vos, muchacho? —Mauricio le habló a Ismael, que permanecía unos pasos más atrás—. ¿Te comieron la lengua los ratones?

—No quería interrumpir el momento, señor —dijo, con tono solemne.

—¡Pero vení! —lo alentó—. Me dijo mi yerno que sos re fanático de River, ¿no? —Ismael asintió con una sonrisa—. Al menos uno de mis tres hijos nuevos me salió gallina, porque estos dos... ¡Lanús! —Juntó sus palmas y miró al cielo dramáticamente.

—No quiero desilusionarlo, pero tengo una foto de su hija que no le va a gustar un carajo.

Franco sacó su teléfono y buscó en su galería una foto que le había sacado a Evangelina de infraganti, la noche de año nuevo. Se la veía de espaldas, apoyada en el barandal del balcón, donde se veía perfectamente el dorso de la camiseta.

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