Catorce

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Los diez minutos que tardó el próximo cliente en abonar con tarjeta, se sintieron como diez siglos en la piel de Franco después de ese pequeño cruce con Evangelina

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Los diez minutos que tardó el próximo cliente en abonar con tarjeta, se sintieron como diez siglos en la piel de Franco después de ese pequeño cruce con Evangelina. Su vista estaba fija en el salón, en el movimiento de los camareros; su mente, en cambio, tratando de entender por qué Evangelina se había molestado con una nimiedad.

—Eva, mesa seis, ochocientos veinte. Paga con tarjeta.

—¿Cuál es, Romi? —preguntó Franco, remarcando el apodo de la camarera con un tono cariñoso, evitando mirar a Evangelina.

—Esa de la ventana, la señora con el chiquito.

—Dame la tarjeta.

Antes de que Evangelina pudiera frenarlo, Franco arrancó el ticket de la registradora y se dirigió a la mesa. Y Romina, a pesar de que seguía exfoliando corazones por la manera en que le había hablado, tuvo el reflejo para atravesar el brazo e impedir que se acercara a la mesa a frenarlo en lo que sea que fuera a hacer.

—Dejalo... —soltó la chica sin despegar la vista de la escena—. Mirá a la flaca, cómo se derrite por él, seguro le deja una buena propina, mejor para nosotros.

Evangelina dejó de presionar para pasar sobre el brazo de Romina, y se centró en la escena.

—¿En un pago, señora?

—Sí... Tampoco voy a estar un año pagando el desayuno con mi hijo.

Romina estaba en lo cierto. La mujer tonteaba con él mientras le batía las pestañas, en vano. Franco no despegaba la vista de la pantalla, y es que hasta a él le costaba efectuar el cobro con su propio aparato. Acto seguido, dio vuelta el POS, y sacó un pequeño lápiz de la base de la terminal, Evangelina se sorprendió porque no sabía de la existencia de ese accesorio. Le extendió el lápiz a la clienta, y le dio instrucciones claras para finalizar el cobro.

—Le voy a pedir una firmita acá en la pantalla.

—¡Mami! ¡Es un chanchito! —exclamó el niño—. ¡Como Peppa Pig!

La mujer ignoró el comentario de su hijo, estaba claro que le incomodaba efectuar su firma en una pantalla tan chica. Se notaba como borraba y firmaba, porque no estaba conforme con el resultado.

—¿Te gusta? —preguntó Franco al niño para entretenerlo y que su madre pudiera terminar la operación.

—¡Está buenísimo! ¿Puedo dibujar yo también ahí?

—No... —aclaró entre risas sinceras—. Cuando seas grande ya te va a tocar usar uno de estos, y creéme cuando te digo que a tu yo adulto no le va a gustar hacer eso.

—Listo.

La clienta finalmente había logrado una firma que le convenciera, y le entregó el POS para que pudiera emitirle el comprobante de pago. Revisó los datos, y notó que no se mostraba el balance de puntos cuando la tarjeta no era de Chanchi, detalle que había planeado para incentivar a las personas que aún no eran clientes. Ya tenía la primera nota mental: imprimir los puntos que hubiera ganado, de ser usuaria de la plataforma.

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora