Diecinueve

85 12 56
                                    

Pilar era una herida abierta para Franco, por eso se sorprendió al darse cuenta de que su nombre ya no le dolía en el pecho

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pilar era una herida abierta para Franco, por eso se sorprendió al darse cuenta de que su nombre ya no le dolía en el pecho. Bruno evitaba hablar del tema, aunque cada tanto encontraba la oportunidad de preguntarle a su gemelo cómo llevaba ese dolor.

El dolor de haber sido engañado en el peor momento de su vida.

Pilar y Franco se conocieron en la escuela secundaria. Mientras todas se derretían con Bruno por ser el más carismático de los dos, ella pudo ver más allá del parecido. No eran dos gotas de agua, como todo el mundo decía, al contrario, para Pilar eran tan distintos como dos copos de nieve. Y por eso se enamoró de Franco.

El chico callado, «el bochito», ese al que todos iban a buscar solo para pedir ayuda con el ejercicio de matemáticas. Pilar no entendía cómo todas las chicas del curso perdían el tiempo con Bruno, que ni las registraba, en lugar de apuntar al gemelo dulce y callado, ese mismo que de tonto no tenía un pelo porque sabía perfectamente que las que se le acercaban ya habían rebotado con su hermano y probaban suerte con él. Como si fuera el descarte.

Excepto Pilar.

Y no fue porque lo eligió a él como primer tiro que Franco se rindió ante sus encantos, sabía perfectamente que siempre fue la primera opción de la chica, además de que tampoco usó el verso de la ayuda en matemáticas, no lo necesitaba, todo lo contrario. Justamente conectaron cuando comenzaron a hacer catarsis, porque ambos sabían que sus admiradores entraban por el mismo lado de la ayuda con la materia. De cabello rubio como el sol, ojos esmeralda, y algunas pecas en sus pómulos, Pilar también era de esas pocas chicas que a sus quince años sufría los estragos de la pubertad. Con la ropa y el maquillaje adecuado podía pasar tranquilamente por mayor de edad, y los varones no eran inmunes a eso en plena época de revolución hormonal.

Ninguno estaba apurado por quemar etapas, fueron amigos inseparables hasta quinto año, cuando finalmente Pilar, cansada de esperar a que Franco diera el siguiente paso, le robó el primer beso de los muchos que se darían. Terminada su etapa escolar, siguieron juntos el camino de la universidad, con carreras matemáticas, por supuesto, pero en facultades distintas. Ingeniería en Sistemas para Franco, Contador Público para Pilar. Los tiempos eran otros, aún así siempre encontraban el momento para compartir y mantener vivo ese romance adolescente que los unió en la secundaria. Y cuando Franco estaba listo para comenzar el último año de su carrera, la palabra «positivo» cambió los planes de ambos. Pilar estaba embarazada.

No sabían cómo, algo había fallado. Quizás fue en uno de esos olvidos de Pilar con las pastillas anticonceptivas, justo en el mismo momento en el que Franco se confió por no tener protección encima; «total te cuidás, no pasa nada» habría dicho. La cuestión es que esperaban un hijo que llegaba de sorpresa, a sus veintitrés años y a un paso de la meta universitaria.

Y Franco, siempre responsable, nunca irresponsable, decidió que ya era hora de comenzar a valerse por sí mismo. Reunió a su familia y les comunicó la noticia, acto seguido, prometió buscar un trabajo para solventar los gastos del bebé, y no sobrecargar más a sus padres, que le venían bancando la carrera a él y a su hermano. Así fue como consiguió el empleo de bachero en las noches, en donde más adelante fue ascendido a camarero.

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora