¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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La vista de Dae-myung era similar a la de un espectador en un partido de tenis. Desde el asiento trasero del Peugeot de Franco, su mirada bailaba entre Evangelina y Franco, quienes no paraban de comentar la última tendencia de Twitter.
Bruno Antoine.
Fue Alan quien encontró su nombre como tendencia 9 en la red social de los 280 caracteres mientras leía las reacciones post partido, y no dudó en entrar a ver el alboroto. Y aunque para todos era la sorpresa del día, no lo era para su hermano y su mejor amiga, quien comenzaron a preocuparse por Bruno, conociendo lo sensible que era a la opinión pública.
Y era lo que venían discutiendo en el auto: quién sería el primero en preguntarle cómo llevaba el asunto, siendo Evangelina su mejor amiga, y Franco su gemelo. Ella argumentaba que para algunos asuntos se abría más fácilmente con ella, y él hacía honor a su lazo sanguíneo y conexión especial de gemelos.
—¿Y por qué no lo llaman juntos? —sugirió Dae-myung desde el asiento trasero.
Enmudecieron y se miraron por un corto segundo, luego, le clavaron la mirada a Dae-myung, Franco desde el espejo retrovisor, y Evangelina girando la cabeza.
—Tiene razón —expresó Franco.
—Sí, pero lo llamanos desde mi teléfono —sentenció Evangelina—, ya veo que a vos no te atiende porque piensa que lo vas a cagar a pedos por la manera en la que lo hizo.
—¡Ay, Eva! ¡Pero cómo lo voy a cagar a pedos por algo que le vengo diciendo que haga desde hace años!
Y volvieron a discutir, Dae-myung cerró los ojos para encontrar la paciencia que estaba perdiendo. En vano.
—¡¿Quieren parar de discutir?! —gritó, y consiguió la atención de ambos—. Da igual, veo que los dos son importantes para él, desde qué teléfono lo llaman es lo de menos. Va a necesitar de su apoyo, y ustedes están discutiendo por estupideces.
—Te das cuenta por qué me lo traje de Uruguay, ¿no? —le dijo a Evangelina—. Es inteligente este pibe.
—Entonces dejá de volverlo loco, porque se va a pudrir de nosotros y se va a volver a Montevideo.
—Es el precio que tengo que pagar por quedarme, y lo hago con gusto —deslizó en un murmuro que Evangelina alcanzó a escuchar, y volvió a girar la cabeza—. Es cierto —aclaró—, me siento más cómodo viéndolos discutir en plena confianza frente a mí, que soy un desconocido para ustedes, que con la falsa camaradería que se respira en las oficinas de Uruguay.
Franco aprovechó el semáforo en rojo para girar su cuerpo y regalarle una mirada atónita.
—Sabés que yo también sentí lo mismo durante mi estadía, pero pensé que esa rigidez era porque soy yo, o sea... Se entiende, ¿no? —Dae-myung asintió—. Después hablamos de eso, me preocupa porque no es el espíritu de la compañía. Nelson ya se viene mandando algunas que no me gustan un carajo, y ya tengo un candidato a gerente local, así que tiene los días contados.