¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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No fue fácil, pero cuando el viernes hábil estaba llegando a su fin, Evangelina encontró un departamento ideal para Dae-myung. Alan los había ayudado, un amigo de la secundaria se iba a vivir al exterior, y además de ayudarlo con el traspaso del alquiler, le hizo un buen precio por todos los muebles que dejaba en el departamento. Eso sí, debía esperar una semana para poder tomar posesión del inmueble.
Una semana más en la que Franco debía dejar las zapatillas antes de entrar y andar descalzo por su casa, para respetar la cultura de su huésped.
El sábado visitaron La Escondida, para que Alan pudiera conocer a quien había ayudado, con la excusa de mirar el partido de Argentina, ya en octavos de final contra Australia. Evangelina aprovechó la oportunidad para presentarle virtualmente a su esposo, quien estaba con la cobertura previa al partido, en un momento en que Franco estaba distraído con Alan.
De a poco, Dae-myung iba tomando confianza con Evangelina y Franco, quienes no eran ni la sombra de lo que fue Nelson en Uruguay.
Tanto fue así, que no pudo resistirse cuando Evangelina se ofreció a pintarle dos banderas argentinas en sus pómulos.
—Si me vieran mis padres —rezongó con gracia, mientras Evangelina daba los últimos retoques—. No solo estoy traicionando a mi patria natal, también a la que me adoptó.
—Bueno, Uruguay quedó afuera, Corea del Sur juega el lunes... Y tu nueva patria adoptiva es esta, así que...
Evangelina sonreía al observar las banderitas terminadas en los pómulos de Dae-myung, mientras este mantenía su mirada fija en sus ojos. Cuando ella alzó la vista y se encontró con sus ojos rasgados, algo se sintió extraño.
Una extrañeza reconfortante.
—Espero que estés lista para el partido del lunes, porque esta me la voy a cobrar, Evangelina —la amenazó con un dedo en alto, y acto seguido, se señaló las banderitas de las mejillas.
—Hecho, el lunes te dejo que me pintes banderitas coreanas.
Evangelina levantó los hombros con una sonrisa ladeada, minimizando el asunto, y fue en busca de Franco para seguir pintando banderitas en sus pómulos. Minutos más tarde, luego de conseguir la aprobación de Franco para dejarse pintar la cara, el partido comenzó, Argentina ganó, pasó a cuartos de final, y todo era felicidad dentro de La Escondida.
La siguiente cita mundialista sería el viernes 9 de diciembre frente a Países Bajos, y como la cábala ya estaba establecida, Alan se encargó de armar un grupo de WhatsApp para organizarse en cada fecha que le quedara a la Scaloneta en Qatar.
Y como buenos argentinos de ley, respetaron absolutamente todo el entorno del último encuentro. Las mismas mesas, el mismo orden de asientos, los mismos pómulos pintados... Hasta Dae-myung tuvo que someterse al estricto control de Evangelina y Alan, replicando cada detalle del último partido.