Cuando la alarma de su celular sonó, Evangelina estaba completamente atrapada por el brazo de Franco. Roncaba mientas la abrazaba por la cintura como si la vida se le fuera en ello. Quitó como pudo su brazo y se levantó, intentando hacer el menor ruido posible, no es que estaba en sus planes huir como la última vez, pero quería ir a trabajar. Cuanto antes se quitara de encima el día después de su brote de ira en televisión, mejor. La carcomía la incertidumbre de las consecuencias que eso acarrearía.
—Eva, no de nuevo, por favor —balbuceó todavía dormido.
Evangelina gateó sobre la cama, y se acercó a Franco, que comenzaba a despertarse.
—No me voy a ir a ningún lado, mi amor —aseguró con dulzura—. En realidad, sí, tengo que ir a trabajar. Me atrasé mucho con mi proyecto.
—No jodas, vení acá, quedate conmigo.
Franco tiró de su brazo y Evangelina fue a parar encima de él. Rodó para quedar encima de ella, luego tomó su rostro y comenzó a besarla para persuadirla.
—Fran, tengo que ir a trabajar. Y no solo eso, tengo que pasar por casa a cambiarme, no puedo llegar con la misma ropa del martes.
—¿Por qué tenés que ser tan responsable? Soy tu jefe, y te estoy dando una orden directa, quedate conmigo en la cama.
—No, y no te olvides que necesitás reponerte. Ayer no descansamos nada, tenés que comer, hidratarte, y nada de alcohol, al menos por un tiempito. Vuelvo apenas salga de la oficina, ¿sí?
Franco la liberó resignado, planeaba aprovechar el tiempo para comenzar a ordenar su nueva vida con ella. Después de que Evangelina se vistió, la acompañó hasta el garage y la vio partir.
Por supuesto, no podía quedarse quieto ni un minuto.
Lo primero que hizo fue ir a un local de tatuajes para perforase la lengua, tal como deseaba hacer desde hacía tiempo, y para seguir la cábala de que los piercings y los tatuajes tienen que ser impares, también se perforó una fosa nasal con una fina argolla, apenas perceptible. Acto seguido, volvió al departamento y comenzó a buscar su nuevo hogar. Había una pequeña unidad allí mismo en la torre Alvear, muchos pisos más abajo, y además buscó opciones menos lujosas, en caso de que Evangelina se sintiera incómoda en Puerto Madero, tal como lo había expresado en una oportunidad.
Pero el día se le hacía extremadamente largo en soledad y sin nada que hacer.
Evangelina había retomado el diseño de la app para comerciantes, aquel que dejó en standby porque no se sentía en condiciones de socializar, cuando Franco entró a la oficina después del almuerzo. Y así, sin miramientos, se acercó hasta ella y dejó un pequeño beso sobre sus labios, gesto que todo el equipo festejó con aplausos y silbidos.
—¿Les dijiste? —Franco señaló con la cabeza a su equipo, que los observaba embobados.
—Masomenos —dijo ella—. ¿Tenía otra opción después del escándalo que armé en el móvil?
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Eva
Romansa¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible? Franco jamás conoció el amor verdadero. Evangelina lo conocía a la perfección. Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...