Cuarenta

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—Buen día

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—Buen día... ¿Molesto?

El hombre giró la cabeza con lentitud al escuchar la voz de su hijo. Lo observó fijo unos segundos en los que temió que ya no lo reconociera, hasta que sonrió.

—Franco... Ya era hora de que te acuerdes de tu viejo, che.

—Lo sé, pá, y perdón por no venir más seguido. Es que cuando volví de Miami tenía planeado visitarte, pero pasaron cosas en el medio.

Eugenio no hablaba, solo observaba atentamente a su hijo beber la taza de café. Franco sabía que eso podía deberse a dos cosas: estaba en su mundo, o lo estaba leyendo.

Era lo segundo.

—¿Hace cuánto fue?

Franco paró de beber, dudaba de si estaba desvariando o si realmente lo conocía tanto que era capaz de leer su corazón roto en la expresión corporal.

—¿Hace cuánto fue qué cosa? —quiso cerciorarse.

—¿Hace cuánto terminaron?

Efectivamente, lo había leído con una sola mirada. Sonrió de lado.

—No terminamos porque nunca empezamos, eso es lo más amargo de todo.

—¿Y cuál es el problema, hijo? ¿En serio existe una mujer que no se rinda a tus encantos bancarios?

—¡Ay, papá!

Franco estalló en risas, y es que eso era lo que buscaba cada vez que hablaba con su padre. Esa inocencia cínica que le daban la enfermedad y los años vividos; sus palabras no tenían una gota de malicia y estaban llenas de sabiduría.

—¿Apareció Pilar? No me extrañaría que te haya visto en la tele y te buscara para volver.

—No, no sé nada de Pilar desde que nos separamos, y mejor así. No necesito una mujer como ella, si no me bancó mientras estudiaba y trabajaba, menos va a bancarme ahora que estoy a nada de hacerme una pieza en la oficina.

—Uy, sí... Sería un problema para ella quedarse todo el día sola encerrada en un departamento lleno de comodidades en Puerto Madero —ironizó, agitando las manos.

Padre e hijo rieron de sus ocurrencias, y cuando Franco estaba buscando las palabras justas para comenzar a contar su escueta historia con Evangelina, Daniel apareció en la pantalla del televisor para comentar la agenda deportiva del fin de semana. Su rostro se tiñó de amargura, y si bien sabía que él tenía absolutamente todo lo que cualquier persona normal desearía, lo único que realmente quería lo tenía ese hombre, insulso a sus ojos. Eugenio paseaba la vista entre el televisor y su hijo, y dudó por un segundo si no era Bruno el que estaba sentado junto a él, hasta que Franco habló.

—Es la mujer de él. Creo que me enamoré de Evangelina.

Eugenio frunció el ceño, era obvio que no sabía de quién estaba hablando, fue entonces que Franco sacó su teléfono, busco la cuenta de Instagram de Daniel, y le mostró a su padre una de las tantas fotos que el periodista subió con su esposa.

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora