¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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Era un lunes más que aburrido en La Escondida, solo dos mesas con una persona en cada una de ellas eran la clientela de esa tarde. Patricio estudiaba en la barra y Evangelina hojeaba una revista de espectáculos sin ganas, aguardando a que el reloj marcara las cuatro de la tarde para ir a dormir una siesta. Ninguno percibió la presencia de Franco al otro lado de la barra.
—Guau... No trabajen tanto que se van a estresar —bromeó.
Evangelina levantó la cabeza y contuvo una risa al verlo parado frente a ella con dos conos helados, uno en cada mano, y una carpeta rosada bajo su brazo. Hizo un gesto con uno de los helados, simulando volcarlo en su cabeza y se lo extendió. Ella entendió la alusión al paseo del sábado y ya no pudo contener la risita.
—¿Para mí?
—En realidad era para tu cabeza, pero te salvaste —le guiñó un ojo, cómplice—. Así que podés comerlo.
—Gracias —canturreó, y luego le dio una probada al helado—. No te oí llegar con la moto, ¿viniste caminando?
—Nop.
Metió la mano en su bolsillo y alzó las llaves de su nuevo auto. Evangelina ladeó la cabeza para mirar tras él, pero no encontraba el Porsche negro en la puerta del restaurante.
—Ah, no lo dejaste acá en la puerta.
—Sí, es ese —respondió con total naturalidad.
Señaló un Peugeot 208 azul, estacionado justo frente a sus ojos.
—Ah, pero es nuevo... Felicitaciones.
—Es usado —aclaró con la boca llena de helado—. Es que esta mañana fui a la concesionaria con Ismael a comprar dos, uno para él y otro para mí porque a Bruno ya le molesta que le pida el auto, pero como no era entrega inmediata solo compré el auto corporativo para él.
—Habla de comprar un auto como si fuera un kilo de pan —acotó Patricio, riendo sarcástico, sin levantar la vista de sus apuntes.
—Si te hace sentir mejor, el de Ismael no es de él, es de la empresa. Y el mío, como no podía esperar porque sino le tengo que romper la cabeza a Bruno, me fui a una página de compra y venta, y justo estaba este con un urgente en mayúsculas en el título de la publicación. Era de una chica que necesitaba venderlo para saldar deudas, y se lo pagué al valor de mercado.
—Qué lindo gesto, Fran —destacó Evangelina juntando las palmas.
—Nos hicimos un favor, ella me lo transfirió rápido y yo la ayudé con su emergencia económica.
—¿Y a qué se debe tu visita?
Franco hizo un silencio para terminar de degustar su helado, mientras buscaba las palabras correctas para que Evangelina no se enojara con él.