Sesenta y tres

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Qué difícil que es el mundo cuando alguien quiere cenar a la tarde, la heladera está vacía, y los deliverys de comida todavía no levantan sus persianas

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Qué difícil que es el mundo cuando alguien quiere cenar a la tarde, la heladera está vacía, y los deliverys de comida todavía no levantan sus persianas.

—Bueno... No queda otra, ¿a dónde vamos? —preguntó Bruno poniendo sus brazos en jarra.

—A ningún lado, malditos chetos... —protestó Evangelina en broma mientras tecleaba su celular enérgicamente con su pulgar—. Me preocupa que dos tipos que trabajan en tecnología y dispositivos para comercios no sepan que existe esto.

Evangelina levantó el celular frente a sus ojos, mostrando su aplicación de delivery. Franco no pudo más que tomarse la cabeza, arrastrando su flequillo hacia atrás, como lo hacía siempre que estaba avergonzado, y Bruno se reía de su gemelo.

—Te acaba de pegar la domada del año —se burló.

—Callate, puber —expresó molesto mientras tomaba el celular que le extendía Evangelina—. Igual, la mitad de los locales están cerrados, mucho no hay... ¿Hamburguesas?

Todos asintieron convencidos a excepción de Bruno, que no era muy fan de la comida rápida pero no quería arruinar el momento con sus caprichos de niño rico. Se pasaron el teléfono de Evangelina para que cada uno escogiera su menú, y finalmente llegaron a Franco, quien además especificó la dirección de entrega y optó por el pago en efectivo para evitar cargar la cuenta en la tarjeta de ella.

—Y todavía dudás de tu puesto, tonta —le reprochó Franco con ternura mientras le devolvía el aparato.

—Ya no tanto, de a poco voy agarrando confianza —replicó orgullosa.

En vista de que el pedido tardaría alrededor de una hora, Bruno se disculpó para quitarse el traje y colocarse ropa más cómoda, e Ismael aprovechó para cerrar algunos pendientes del día en la computadora del despacho.

Evangelina y Franco quedaron a solas en el living.

—Estás en tu casa —dijo Franco para aliviar el momento ligeramente tenso.

Evangelina admiraba el departamento, maravillada por los detalles minimalistas de la decoración y el orden, teniendo en cuenta que son dos hombres solteros que viven para su trabajo.

—¿No será demasiado semejante piso para ustedes dos solos? —preguntó con gracia.

—Seis ambientes, una habitación para cada uno, y las dos restantes las convertimos en gimnasio y escritorio. La idea era traernos a papá, a Ju, y Estela, pero él no quiere dejar la casa de Lanús, así que las reutilizamos.

—Ju es Julieta, tu amiga. ¿Y Estela?

—Su mamá, ella es la responsable de que este departamento brille. Y Ju es acompañante terapéutica, vive con papá. Entre las dos lo cuidan, su casa está pegada a la de papá, es mi amiga del barrio, la conozco desde que tengo uso de razón.

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora