Ochenta y dos

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A Evangelina le dolía la cabeza cuando se despertó en la media penumbra del atardecer

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A Evangelina le dolía la cabeza cuando se despertó en la media penumbra del atardecer. No sabía qué hora era, ni tampoco en dónde había quedado su celular. Salió de la habitación, todavía algo mareada por haber dormido toda la tarde, y al encontrarlo comprobó que habían pasado minutos de las siete de la tarde. También, tenía su barra de notificaciones llena de mensajes de Daniel. Entró al chat y marcó como visto todo lo que su flamante ex esposo le había enviado, que no eran más que mensajes en donde expresaba su preocupación por no tener noticias de ella.

Y cuando bloqueó su teléfono, recordó que Franco estaba con ella antes de aparecer en su cama, le bastó levantar la vista para verlo recostado en el sillón del living, también profundamente dormido. Considerando que estaba con ella desde la mañana, y que apenas habían desayunado, pidió pizza y lo despertó para cenar.

Las facciones de Franco mientas cenaban y hablaban de cualquier cosa, su postura corporal, su mirada, y todo en él, gritaba cansancio. Él hablaba y Evangelina no podía prestar atención porque comenzaba a ver la realidad que hacía meses estaba frente a sus ojos.

Franco estaba cansado de amarla tanto, a cambio de nada.

Y estaba en lo cierto, aquello que lo mantenía en pie era esa profunda amistad que los unía, lo único a lo que podía aspirar para estar junto a ella. Si bien lo quería muchísimo, y hasta se atrevía a pensar que lo amaba como amigo, decidió comenzar a dejarse llevar. De verdad estaba dispuesta a comenzar a enamorarse de él.

Bajo esa premisa, hizo todo lo que estuvo a su alcance para que Franco se quedara tranquilo, y que supiera que iba a estar bien. Al terminar de cenar, ella prometió que se verían al día siguiente en la oficina, y accedió a que Franco pasara a buscarla. Apenas cerró la puerta del edificio, ya entrada la noche, volvió a su departamento y siguió ignorando los mensajes de Daniel, a quien le clavaba el visto para que supiera que estaba bien.

Salió al balcón y sonrió de lado al recordar a Franco, sentado en el sillón hacía apenas unas horas atrás, la manera tan caballerosa en la que se había comportado, y cómo priorizaba su estabilidad emocional sobre sus sentimientos por ella. Y como un huracán, las palabras de Isidro volvieron a su cabeza.

«No te encierres en la rutina, hija. Nada garantiza que lo seguro es bueno, y que lo desconocido es malo».

Encendió la cámara de su teléfono, se colocó de espaldas a la avenida e improvisó la expresión pensativa más divertida que se le ocurrió, sosteniendo su barbilla con el dedo pulgar y el índice apoyado en la mejilla. Capturó el momento en una instantánea y la compartió en Instagram.

evaleiva Un día, mi papá del corazón me dijo: "No te encierres en la rutina, hija. Nada garantiza que lo seguro es bueno, y que lo desconocido es malo".

En ese momento derramé una lágrima. Hoy, pienso. Y mañana, sonreiré.

Merci beaucoup, @franco1011100 💕

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