Noventa y tres

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Mientras Franco tardaba más de lo normal haciendo las compras del supermercado en plena hora del mediodía, Evangelina se despertaba preparándose para dar vuelta su casa

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Mientras Franco tardaba más de lo normal haciendo las compras del supermercado en plena hora del mediodía, Evangelina se despertaba preparándose para dar vuelta su casa. Quería limpiar todas las malas vibras de Daniel, y arrancar el año con energía positiva. Además, de ese modo se le hacía más corta la espera para la noche.

Cuando toda la mugre de su casa la llevaba consigo en el cuerpo, la música que la acompañaba y todos los aparatos eléctricos se apagaron de golpe. Se había quedado sin energía eléctrica. Bufó frustrada y agradeció que todavía fuera de día, al menos tendría algo de luz para poder prepararse para la noche.

Se internó en la ducha, pero al abrir el grifo solo salió un hilo de agua que finalmente desapareció. Tampoco tenía agua para bañarse.

—¡Mierda! —gritó frustrada.

Consultó la hora, eran las cinco y media de la tarde, y se maldijo por haber perdido tanto tiempo en el aseo. Acto seguido, abrió el chat del consorcio, aquel que tenía silenciado con más de novecientos mensajes sin leer, y pudo ver que el corte era grande, con un tiempo estimado de restablecimiento para la hora de la cena, según vecinos que habían efectuado el reclamo a la compañía eléctrica.

No tenía otra opción más que ir en esas fachas, y pedirle prestado el baño a Franco.

Colocó una pequeña muda de ropa en su mochila, y partió a Puerto Madero sin avisarle a Franco, no quería condicionarlo si todavía estaba con su padre. Esperaría dentro del auto de ser necesario, en caso de que todavía no hubiera vuelto.

Tuvo suerte, Franco ya estaba en su cocina preparando las hamburguesas.

Apagó el auto frente al edificio sin saber qué hacer. Siempre había ido en compañía de Franco, y no había reparado en lo desbordado de lujo que estaba. En todas las oportunidades, podía ver cómo los empleados del edificio lo saludaban con excesiva cordialidad, a pesar de vestir como un adolescente, en palabras de su padre. Abrió Google Maps, consultó la información del lugar, y un frío le recorrió el cuerpo. Era obvio, ¿cómo no lo había notado anteriormente?

Alvear Tower. El edificio más exclusivo de la ciudad, y el rascacielos más alto de Argentina.

Un sudor frío le recorrió el cuerpo, se sentía insignificante y pordiosera para entrar por sus propios medios, vestida con la ropa que usó para asear su departamento del tamaño del living de Franco. No tenía más opción que llamarlo por teléfono para que bajara a buscarla, de ese modo la atención recaería sobre él.

—Hola, Fran. Perdón por caer más temprano, ahora te cuento qué pasó. Estoy en la puerta, ¿bajás a buscarme?

Hola, mi amor. Subí, ya avisé que vendrías. Dejá el auto en la cochera.

—¿No podés bajar? Es que tuve un problema en casa, y me da vergüenza subir sola entre tanto caretaje.

No te van a decir nada, confiá en mí.

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora