¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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Había llegado el viernes en el que se acababa el tiempo que les concedió Bruno a solas. Esa mañana se levantaron, fueron a trabajar, y al salir optaron por pasar la noche en el departamento de Evangelina. Absolutamente todo el mundo ya sabía que ella estaba separada y que Franco era su nuevo amor, por lo que eran libres de entrar y salir del edificio sin tapujos.
El plan estaba claro: cocinar pizzas caseras y buscar departamento o casa para mudarse juntos. El lazo de gemelo que lo unía a Bruno miraba departamentos en la zona de Puerto Madero, incluso en la mismísima torre Alvear, y su lado sentimental quería volver a Lanús. Evangelina solo tenía pretensiones en cuanto a las comodidades del inmueble, quería dos habitaciones pensando en expandir la familia en un futuro, y el resto eran detalles menores.
Discutían algunas de las opciones que habían visto cada uno por su cuenta, mientras Franco amasaba las pizzas. Y como ya era costumbre, Evangelina no pudo resistirse al ver los músculos de Franco en acción mientras amasaba en cueros.
Recién duchada, lo observaba de pie frente a él, contra la pared, con las manos enlazadas sobre su espalda baja, vistiendo solamente la camiseta de Lanús anudada y una tanga blanca. No dejaba de mirar a Franco con lascivia mientras se mordía el labio inferior. Estaban tan ensimismados en lo suyo, él amasando y ella intentando llamar su atención, que ninguno prestó atención a lo que sucedía fuera de la cocina.
Daniel estaba entrando al departamento con la llave de emergencia que tenía su hermana.
Dejó sus valijas junto a la puerta mientras escuchaba la música que sonaba al mayor volumen aceptado en el consorcio, esa lista de rock nacional que detestaba, pero que era la preferida de Evangelina. Estaba por comenzar a buscarla para discutir los puntos del divorcio, en vista de todo lo que había sucedido con él en los medios, cuando escuchó su voz proveniente de la cocina. Imaginó que estaba acompañada de Franco, y no se equivocaba.
—No te necesito, puedo hacerlo sola. Alejate, no te acerques Franco —exigió Evangelina, y luego se produjo un silencio—. ¡No me toques!
En ese momento, Daniel se acercó a la cocina, con claras intenciones de intervenir en la escena, pero se quedó estático cuando Franco se acercó a Evangelina y tomó su mano derecha. Lamió cada uno de sus dedos, jugueteando con lo que parecía un piercing en la lengua, y finalizó escupiendo sobre sus dedos. Luego, se alejó nuevamente hasta su posición sobre la mesada, y se cruzó de brazos mientras la observaba fijamente. Todavía ninguno había percibido su presencia.
Daniel no esperaba la escena que siguió a continuación.
Evangelina metió la mano que Franco había salivado dentro de su ropa interior, y comenzó a masajear su zona baja mientras se retorcía contra la pared. Acariciaba sus pechos sobre la remera de Lanús anudada, y Franco observaba estático, en cueros y solo vistiendo una bermuda de jean celeste y zapatillas blancas. Cuando las caricias estaban a punto de hacerla explotar, Franco se paró frente a ella, y la orden fue precisa: