¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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Ni siquiera golpeó la puerta entreabierta. Entró como alma que lleva el diablo. Le tomó un segundo ver a Evangelina con el rostro teñido de culpa, y los ojos rojos por las lágrimas contenidas. Le quitó el teléfono de las manos con tanta rapidez, que ella no tuvo tiempo de frenarlo. Se colocó frente a la cámara y arrancó su descargo.
—A ver, boludito... ¿Por qué le hablás así a Eva?
—Boludito... —repitió con sorna—. Agradecé que no te tengo enfrente, sino te cagaba a trompadas —siseó entre dientes.
—El que debería cagarte a trompadas soy yo. ¿Qué te dije? Que no la hicieras llorar. Te dejé pasar una, hace dos días cuando le insististe para que fuera con vos a Qatar, pero esta no te la voy a dejar pasar.
Franco giró la cámara del teléfono para apuntar a Evangelina, que lloraba sentada en la cama.
—Devolvele el teléfono a mi mujer, esto es algo que tengo que arreglar con ella.
—No, estás equivocado. Esto lo tenemos que arreglar nosotros, porque tu inseguridad es conmigo, no con ella. Explicame algo, ¿por qué Alan no te da inseguridad? O Patricio, o Ángel, siendo que con ellos pasa más tiempo. Tu problema soy yo.
Daniel enmudeció, realmente no sabía qué responder a esa acusación porque era cierta.
—El problema es que ellos nunca me dieron un motivo para desconfiar, en cambio vos sí.
—¡Alan la invitó a salir y vos ni te mosqueaste! —exclamó entre risas—. ¿Qué pasa? ¿Alan es poca cosa para vos? Además, ¿te creés que va a ser tan estúpida de contestarte desde mi departamento si realmente estuviera conmigo? Hasta en esas pequeñas cosas la menospreciás.
Evangelina no lo soportó más, intentó quitarle el teléfono a Franco, en vano.
—¡Basta, Franco! Yo me arreglo, no te metas —rogó con un chillido.
—¡Sí me meto, Eva! Porque si no aclaramos las cosas ninguno va a vivir en paz. —Colocó el teléfono tras su espalda antes de continuar—. Confiá en mí —susurró, y se acomodó para continuar hablando con Daniel—. Te la hago corta. —Colocó la cámara trasera, y comenzó a apuntar—. Esa es la valija de Eva, ahí están su cosas. Ahí está el sofá donde duermo con la cama deshecha, esa es mi valija en el piso. Ahí mi computadora y la suya porque estamos trabajando. ¿Contento?
Daniel estaba inexpresivo, Franco podía visualizar de fondo a sus colegas del canal. Era evidente que estaba fingiendo compostura para no quedar mal frente a sus compañeros. Asintió con la cabeza mientras ojeaba lo que pasaba a sus espaldas.
—De todos modos no me gusta esta situación —expresó en un tono mucho más bajo, y más calmado—, no es correcto que una mujer casada comparta departamento nada más ni nada menos que con un hombre que la pretende, y lo sabés.