¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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La noche de Franco había roto el medidor de aburrimiento. No solo no conocía los nominados, los programas que competían por el premio, sino que estaba sentado junto a los representantes de las demás compañías que patrocinaban el evento, y... Hablando mal y pronto, la conversación rondaba en ponerla sobre la mesa, para ver quién la tenía más grande.
Agradeció que sus compañeros comensales no lo contaban en la competencia, pues todos estaban fuera de Wall Street.
Aprovechando el distanciamiento prudencial entre todos los presentes en la mesa, sacó su celular y comenzó a jugar Triviador, un juego de preguntas y respuestas de cultura tipo TEG que le permitía poner cara de concentración, y simular frente al resto que estaba atendiendo asuntos de negocio, como si fuera Bruno. Cada tanto levantaba la vista con disimulo para ver en qué andaba Evangelina, sentada justo en línea recta, pero en ninguna de las oportunidades la vio siquiera levantar la comisura de sus labios. Cuando la vio jugar con el tenedor en su plato de comida, cabizbaja, mientras su esposo no hacía más que ser el centro de atención en su mesa, consultó la grilla de nominaciones para ver cuánto faltaba para las dos de Daniel. Tenía algo de tiempo, no dudó en abrir WhatsApp.
Andá al baño. ✓✓
Evangelina leyó el mensaje y lo observó inexpresiva.
No puedo, ya falta poco para la terna de Dani. No me perdonaría nunca que no esté acá en ese momento. ✓✓
Bufó. Escribió de nuevo.
Falta como media hora, Evi. Los patrocinadores tenemos el detalle de las ternas, para saber cuándo salen nuestras publicidades. No puedo verte más así. ✓✓
Ella le devolvió la mirada, algo consternada. Franco no quiso dar más vueltas, se levantó simulando una llamada entrante en su celular silenciado, y salió del salón con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo el teléfono en la oreja. Fue hasta el área de servicios y esperó contra la pared. Evangelina llegó minutos después a su encuentro.
—¿Qué pasó? ¿Qué tengo? —preguntó preocupada.
—¿Todo bien, Evi?
—¿Por qué? Fra... —Se detuvo al darse cuenta de su fallido—. Bruno, estoy bien, solo un poco aburrida. ¿De qué voy a conversar con los periodistas? ¿De la cantidad de clientes que van a La Escondida?
Franco resopló frustrado.
—Eva, por Dios. Trabajás conmigo que no es moco de pavo, ¿no te parece un punto de conversación interesante?
—Se nota que no leíste el contrato que te firmé la vez pasada —protestó en un susurro, elevando la cabeza mientras se llevaba las manos a la cintura—. Me asusta saber que ni vos sabés lo que me hiciste firmar.
—Eso ya lo sé, Eva... —resopló—. No digo que des detalles de lo que estamos haciendo, pero podrías chapear con eso, que te contraté como analista de producto y mi mano derecha.