Ciento veinte

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Era la primera mañana en casi un año que Franco se despertaba y el otro lado del colchón estaba vacío

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Era la primera mañana en casi un año que Franco se despertaba y el otro lado del colchón estaba vacío. Tomó su teléfono para apagar la alarma que él no había encendido, y al ver la hora, se maldijo por lo bajo al ver la fecha.

Veintiocho de junio.

—Puta madre... —refunfuñó, todavía dormido.

Se levantó de la cama y fue hasta la cocina, sabía que Evangelina seguramente estaría preparándole algo por su cumpleaños o su primer aniversario de bodas. Aunque conociéndola, lo más probable era que fuera la primera opción, la segunda quedaría para un festejo íntimo en la noche. Buscó el contacto de Ismael y lo llamó, anticipándose a los hechos.

—Bro...

Bro... —respondió Ismael al instante.

—¿Evangelina está con vos? Y no me mientas, decime la verdad.

No, hermano. Recién nos levantamos, estamos por ir a la oficina, ¿por qué?

—Porque me desperté solo, y supuse que estaban juntos preparando algo por nuestro cumpleaños.

Ismael hizo un silencio en la línea, había olvidado el cumpleaños de su esposo porque sus energías estaban puestas en su también primer aniversario de bodas.

Lo había olvidado, te juro. Soy un marido de mierda —protestó entre risas.

—No, al contrario, sos el mejor. Sabés que detestamos nuestro cumpleaños.

Feliz cumple, cuñado. Y feliz cumple, amor. —Se escuchó que le dijo a Bruno.

—Andá a cagar.

Y colgó mientras se reía. Pero todavía tenía la incertidumbre de dónde estaba su esposa. Quería arruinarle la sorpresa averiguando sus planes con Ismael, y como no obtuvo respuesta con su cuñado le marcó a su celular, pero no atendía. Comenzó a caminar por el departamento en busca de una respuesta, y la encontró sobre la mesada de la cocina, junto al equipo de mate. Era una nota y dos sobres. La nota rezaba «Elige tu propia aventura», un sobre decía «Cumpleaños», y el otro «Aniversario».

Obviamente, tomó el que decía aniversario.

Lo que encontró dentro le robó una risa. Era un viejo volante de precios de La Escondida, ya sabía a dónde tenía que ir. Se duchó, se cambió, pero antes de salir, quiso saber qué contenía el sobre que decía cumpleaños, así que lo abrió, y soltó una carcajada sonora al ver el contenido.

Era el mismo volante.

Tomó las llaves de su auto y salió sin perder tiempo. Estacionó minutos antes de las ocho de la mañana en la puerta de La Escondida, que pese a la intervención de Alan, seguía como aquel primer día que la había pisado. Al pasar por la puerta, se quedó pasmado al ver detrás de la barra.

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora