¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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Franco no emitía sonido. Con las manos hundidas en los bolsillos de su campera, observaba a Evangelina de pies a cabeza, una y otra vez, intentando reprimir esa sonrisita ladeada de enamorado que hacía años no esbozaba.
—¿Estás bien? —preguntó Evangelina entre risas.
—Nunca estuve mejor que ahora. ¿Lista para conocer las oficinas de Chanchi? Ah, y buen día, perdón mis modales, estoy medio dormido.
Evangelina asintió con la cabeza repetidas veces en respuesta a su pregunta, parecía una pequeña niña ilusionada y Franco no puedo resistirse. Acortó la distancia, formalizó el saludo con un beso en el cachete y la abrazó. Acto seguido, la tomó de la mano y la condujo hasta el último piso. Se detuvo en la puerta de ingreso.
—Sé qué por ahora es solo por hoy, quizás mañana... Pero esto es tuyo hasta que terminemos el proyecto.
Franco sacó de su bolsillo una tarjeta de acceso con su nombre y su foto, que no era otra que la de su cuenta de WhatsApp, a falta de una foto corporativa. Luego de que colgó la credencial en su cuello, Evangelina tomó la tarjeta y la examinó, grande fue su sorpresa al leer la posición que rezaba la tarjeta.
—¿Analista de Producto? ¿Y esto?
—Es el puesto más cercano a lo que vas a hacer —dijo, minimizando el asunto—. En cuanto a la foto, si te molesta que haya usado la de WhatsApp, puedo sacarte una foto más formal.
—No, está bien... ¿Cuántos de tus empleados tienen una credencial con una foto en blanco y negro en la costanera de Vicente López?
—Y en pose artística —agregó entre risas—. Ninguno, vas a ser la envidia de la oficina. ¿Lista entonces?
—Sí.
Franco tomó la tarjeta que colgaba del pecho de Evangelina, con sumo cuidado para no tocar de más, y la apoyó en el lector de la entrada al piso. Una chicharra sonó irritante, y empujó la puerta de vidrio para dejarla pasar. Ya del otro lado, la oficina era más imponente de lo que parecía a través del cristal. Todos los escritorios alineados, cada puesto con el toque personal del empleado que lo ocupaba. Caminó entre los pasillos observando todo a su paso, admirando los puestos vacíos a esa hora de la mañana, hasta que su vista cayó en la oficina al centro del piso.
—Esa es mi oficina, ahí vamos a trabajar. Bruno le dice la pecera de los nerds, porque también la uso como sala de reuniones con el equipo de desarrollo.
La curiosidad de Evangelina aumentó al ponerle atención, todos esos post-it pegados, los garabatos con marcador en los vidrios... Y uno de esos le llamó la atención al acercarse, el escrito más grande del cual salían flechas a más anotaciones.
—Orson... —balbuceó.
—Es mi mayor proyecto, el único en realidad —explicó, parándose tras ella.